Un relato de travestismo heterosexual, parte 2.

Capítulo 1.

No tengo claro cuándo nací, pero sé que Rodrigo era muy joven la primera vez que yo me aparecí en su vida. Ese día tomé conciencia de mi vida por vez primera. Recuerdo perfectamente el momento: los padres de Rodrigo (que al fin y al cabo son también mis padres), lo habían llevado a visitar a sus tíos Alejandro y Josefina, y a su fastidiosa prima Valeria, tres años mayor que nosotros y poseedora de una actitud desesperante, altiva y desafiante, producto de que sus padres siempre la dejaran salirse con la suya.

En el interior de la casa, mientras los adultos socializaban entre sí en la sala bebiendo limonada recién preparada y degustando cuadritos de distintos tipos de queso, en su habitación Valeria le mostraba a Rodrigo la mochila que sus padres le habían comprado para su primer día de educación secundaria.

-Lo mejor de todo es que no tengo que cargarla todo el día, porque tiene ruedas –decía Valeria con presunción-. ¿Tu mochila tiene ruedas también?

-No –contestó Rodrigo con indiferencia-, pero tiene dibujos de los Caballeros de Zodíaco en lugar de esos horribles unicornios que tiene la tuya.

Sin saber qué responder ante la obvia falta de interés de Rodrigo por su mochila, Valeria se dirigió al clóset y saco de él su nuevo y reluciente uniforme escolar, consistente en una playera blanca de manga corta con el escudo de la escuela bordado en el pecho, a la altura del corazón, y el nombre de la institución escrito en letras azul marino en el cuello; un suéter del mismo tono de azul con tres botones dorados con el mismo escudo escolar de la playera, pero esta vez bordado en color café, un par de calcetas blancas hasta la rodilla, y la joya de la corona: una falda café tableada que llegaba apenas debajo de los muslos.

Una vez que Rodrigo vio aquélla hermosa falda, tuvo la necesidad psicológica de encontrar la manera de ponérsela. No alguna otra. No una similar. Esa falda, la de su prima Valeria. El siguiente paso obvio era, por supuesto, encontrar la manera de tener acceso a esa prenda. La consentida e irritable niña seguía balbuceando tonterías, pero Rodrigo escuchaba su voz sólo como un chillido lejano e incomprensible. Por supuesto la miraba a los ojos mientras fingía escucharla, pero su cerebro estaba concentrado ideando un plan para no salir de esa casa sin haber conseguido saber qué se sentía portar la gloriosa falda.

-Eres una tonta –dijo Rodrigo de pronto, interrumpiendo la perorata de Valeria-. El lunes entrarás a la secundaria y no sabes ni siquiera escribir bien.

Los ojos de Valeria, que a Rodrigo siempre le habían parecido ridículamente separados de sus cejas, se abrieron como platos.

-¿Disculpa? –Replicó ésta, exhalando aire y sonriendo de manera cínica-. Mi ortografía y mi gramática fueron las mejores de toda mi escuela. Puedo escribir correctamente cualquier palabra que conozcas, que de seguro deben ser muy pocas.

-¿Estarías dispuesta a apostar? –Los ojos de Rodrigo brillaban con la luz propia de la esperanza.

-Desde luego. Apostaré lo que quieras.

En ese momento Rodrigo supo que tenía una oportunidad. Él la había creado y estaba a punto de aprovecharla.

-Lo que quiera, ¡eh! Pues si yo gano, tendrás que cortarte el cabello. –Rodrigo sabía que era mucho pedir, pero debía apostar en grande si quería que su “castigo” fuera lo que tenía en mente. Esperó y observó la reacción de su consentida prima. Su cabello era algo muy valioso para ella, pero Rodrigo sabía de antemano, desde antes de lanzar la apuesta, que la ortografía de su prima era perfecta, así que tan alto precio no debería ser un problema para ella. Los ojos de Valeria vacilaron y su expresión pasó de lo divertido a lo retador.

-De acuerdo –dijo luego de clavar la mirada en los ojos cafés alargados de Rodrigo-. Pero tú deberás apostar algo igual de valioso que mi cabello.

-Tú dilo y yo diré si lo acepto o no.

Valeria examinaba a su primo detenidamente, tratando de encontrar algo que para él fuera tan significativo como lo era su cabellera para ella.

-Si yo me arriesgo a perder mi cabellera, tú te arriesgarás a perder a tu mascota -dijo por fin la pequeña Valeria jugueteando con un mechón-, sé que la quieres tanto como yo a mi hermoso cabello.

La decepción fue patente en el rostro de Rodrigo. Su plan no había funcionado. –

-Apostaría a Pulgoso sin dudarlo -éste era el nombre de nuestro perro-, pero no tendría una excusa para decirles a mis papás por qué te lo doy. Tengo una mejor idea -la tentación por portar esa falda era más fuerte que la sensatez, así que, en un impulso, puso todos los huevos en la canasta y se lanzó al abismo sin arnés, esperando que la caída no fuera tan dura-. Si yo pierdo, usaré tu uniforme de la secundaria.

El silencio y la tensión se hicieron en la habitación. La incomodidad de ambos era palpable en el ambiente. ¿Habría mordido Valeria el anzuelo? ¿A caso Rodrigo había sido muy obvio y dejado ver sus ganas por travestirse? A través de la expresión de Valeria no permeaba ninguna pista de lo que estaba pensando. La mente de Rodrigo dejaba ver las primeras perlas de sudor frío y notaba una sensación que le recorría la espalda y lo hizo estremecer. El tiempo parecía haberse congelado. Para Rodrigo, daba la sensación de que todo en el mundo estaba detenido: las personas, los autos, las fábricas… imaginó que la gente en Times Square estaba anonadada viendo en los monitores gigantes la cara de su prima Valeria, todos expectantes por una respuesta; y llegó.

 

Parte 3.

Parte 1.

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