Travestismo y religión. ¿Es pecado vestirse de mujer?

Vaya tema complicado, ¿no es así? Y, además, incómodo, ya que suele herir susceptibilidades y es algo en lo que de antemano sé que no habrá un consenso, pues el abanico de creencias, opiniones, posturas y convicciones es demasiado extenso. Este es uno de los temas que más me he rehusado a tocar en este blog, debido a que no me gusta interferir con las doctrinas e ideales de nadie, pero creo que resulta vital abordarlo dirigiéndome a aquellas feminófilas que viven una vida de culpa y autorrechazo injustamente oprimidas por los estatutos del culto al que pertenecen.

Una chica me contactó a través de Facebook para contarme su historia de vida resumida, y me platicó que su actual pareja, con quien está ya comprometida en matrimonio, desconoce su gusto por transformarse en Adriana, nombre que escogió para su alter ego femíneo, y que ella está decidida a mantener ese lado oculto por siempre para su futura esposa, pues está 99.99% convencida de que no lo aceptará, debido a que es una mujer fuertemente apegada a una interpretación muy estricta y conservadora de la religión católica.

Yo no soy creyente en ninguna religiosidad ni en ninguna deidad, pero respeto a quien sí lo es y no tengo nada en contra de ningún culto (excepto de los que incitan al suicidio, al asesinato o a que les des todas las posesiones valiosas que tienes). Considero que las religiones tienen muchas cosas buenas y que, en general, ser devoto de alguna de ellas conlleva un impacto positivo a la existencia. No obstante, es innegable que también tienen su lado oscuro, como ha quedado bien documentado a través de la historia.

En el caso particular que les cuento, Adriana me platicaba que en ocasiones anteriores ha intercambiado con su prometida opiniones acerca de temas que actualmente están en boga, como la interrupción legal del embarazo, el matrimonio igualitario, la adopción de menores por parte de parejas homosexuales, el lenguaje inclusivo, los derechos de las personas transexuales y, por supuesto, el travestismo. La reacción de ella ha tenido un común denominador: decir que se trata de aberraciones, desviaciones o perturbaciones, y que las personas que luchan por lograr estas metas necesitan buscar a Dios para que los guíe y logren regresar al camino correcto, implicando así que los derechos humanos básicos son, entonces, el camino incorrecto.

¿Alguna vez han escuchado o les ha pasado algo similar? Puedo apostar a que sí. En algún punto de nuestras vidas todas nosotras hemos oído comentarios muy parecidos a los de la prometida de Adriana, y creo que es una pena que las ideologías religiosas se utilicen contrariamente al objetivo para el que fueron concebidas. Frases como

-Dios creó al hombre y a la mujer como base de la familia. Los homosexuales van contra la voluntad del Señor.

-Acéptate como Dios te hizo y no quieras cambiar de género, porque Él quiso que fueras lo que eres y Él nunca se equivoca.

-Si Dios te bendijo con la dicha de un hijo, entonces es tu deber tenerlo a pesar de todo.

-Todo hombre que quiera vestirse como mujer es un desviado y está condenado al infierno.

Y muchas otras suelen ser provenientes de tíos, padres, vecinos o parejas conservadores. Y estas frases son las que causan que prefiramos mantenernos en la clandestinidad, pues sabemos que lamentablemente nuestros seres más queridos nos voltearían la espalda de conocer nuestra verdadera forma de ser. Quizá en algún momento estemos decididos a contar nuestro secreto a la persona que más queremos, con el afán de que nos conozca al 100%, sin secretos, sin nada que ocultar, pero una forma de pensar similar a la descrita arriba causa que nos sintamos rechazadas incluso antes de pronunciar la primera palabra al respecto.

No soy una experta espiritual, pero, ¿acaso las grandes religiones no pregonan precisamente el amor al prójimo y la bondad? Que yo sepa (y corríjanme por favor si me equivoco) lo que nos enseñan estas extendidas doctrinas es a conducirnos por la vida con moral, ética, rectitud, humildad y misericordia. Estoy convencida que la ropa que te guste utilizar resulta completamente irrelevante para este propósito.

Me cuesta entender por qué muchas mujeres devotas prefieren tener a su lado parejas que abusan físicamente de ellas, las denigran y las engañan, en lugar de un marido fiel, acomedido y cariñoso al que de vez en cuando le gusta ponerse falda, o el motivo por el que la Iglesia (cualquiera que esta sea) prefiere que darle la absolución a un feminicida “arrepentido” que aceptar abiertamente la homosexualidad, el travestismo o la transexualidad en su feligresía.

Recuerdo que, durante las primeras etapas de mi feminofilia, cuando todavía no sabía muy bien de qué iba todo esto y por qué me sucedía, me llenaba de pánico cuando llegaba la hora de confesarme ante el sacerdote. Me temblaba la voz cuando tenía que pronunciar la frase

-Me he vestido de mujer.

Y él volteaba a verme con ojos de repudio y desconfianza. Sí, es verdad que me sentía aliviada cuando me daba la absolución, pues yo, convencida de que mi actividad favorita era un pecado, sentía que ya me había despojado de él y volvía a ser pura. El problema radicaba en que, cuando las ganas de volver a travestirme regresaban, me sentía como la peor persona en la faz de la Tierra, pues estaba recayendo en un pecado por el que ya había sido perdonada y sentía que Dios me miraría desde el cielo con desaprobación y furia diciendo

-Yo te hice hombre, ¿por qué insistes en vestirte como mujer? No mereces venir a mi gloria.

Querida amiga feminófila, si tú estás viviendo llena de miedos y culpas a causa de tu travestismo y su relación con la religión que profesas, y te angustias al pensar que después de esta vida te espera una eternidad de sufrimiento y condena porque tienes una preferencia por ataviarte con atuendos femeninos, me gustaría decirte que no te sientas así. No viniste a este mundo a que una serie de reglas dictadas por una sociedad que data de hace dos mil años te haga sentir como un enfermo mental. Tú eres una maravillosa persona tal como eres, y no le haces ningún daño a nadie al encerrarte en tu habitación y transformarte en mujer, siempre y cuando te conduzcas por la vida siendo fiel a ti misma y tratando de dejar este mundo mejor de como lo encontraste.

Vida solo hay una. Tenemos una sola oportunidad de ser felices. No la desperdiciemos a causa de opiniones ajenas.

-Nadia.

Comprar lencería como travesti, ¿misión imposible?

La semana pasada me dirigí a cierta plaza comercial que está cercana a mi domicilio. Mi objetivo era visitar la tienda de aerie (la división de lencería de American Eagle) y adquirir un par de panties femeninas. Me confieso fanática empedernida de la marca, me fascinan sus diseños y, sobre todo, sus telas. Además, tienen una promoción permanente de cinco prendas por $699, lo que se me hace un precio fenomenal considerando la calidad que manejan.

No iba a ser la primera vez que compraba ropa femenina en ese lugar, pero sí que había pasado ya un buen rato desde la última vez que lo hice. En general las y los vendedores me hacen sentir cómoda y me dejan tranquila mientras escojo lo que compraré, pero en esta ocasión me sentí acosada. Como feminófila estoy acostumbrada a ciertas miradas de desaprobación mientras me encuentro escogiendo lencería, a tal punto que ya las ignoro y no es algo que me impida llevarme algo que me gustó, por más coqueto y provocador que sea. He comprado panties, brassieres, baby dolls, ligueros, camisones, tangas, bodies, bralettes… y un largo etcétera, sin que me importen las risitas de las cajeras o la visible perplejidad y el malestar de las señoras que se encuentran a mi alrededor también eligiendo cosas.

Sin embargo, en el caso de esta ocasión que les relato, sí que me hicieron sentir incómoda hasta tal punto que preferí retirarme del lugar sin comprar nada. Y no porque me diera pena hacerlo, sino porque no me estaban brindando una experiencia que me invitara a gastar mi dinero en ese lugar. La entrada a la tienda de aerie es a través de la parte de American Eagle, es decir, la que vende ropa casual. Nada más ingresar al local, y después del protocolo de sanitización y toma de temperatura, me abordó un sujeto para preguntarme mi nombre y saber qué era lo que estaba buscando en la tienda. Intenté sacármelo de encima con la vieja confiable de

-Nada más estoy viendo, gracias.

Pero insistió, cuestionándome si ya conocía la marca y si estaba al tanto de sus promociones. Ya un poco enfadada, solo atiné a decirle

-Dame chance de ver y si me surge algo te busco.

-Mi nombre es Joaquín -contestó- y estoy para servirte si necesitas algo.

-Gracias –respondí mientras mis pies ya se dirigían al local de aerie.

Al llegar a dicho punto me sentí más relajada. Había varias chicas allí, entre vendedoras y clientas. Nadie me puso especial atención y comencé a recorrer los estantes con la mirada en busca de algo que me agradara. Una de las vendedoras se me acercó solamente con el fin darme una canastita para colocar dentro mis compras y me preguntó asimismo si conocía las promociones, a lo que dije que sí. No llevaba ahí dentro ni un minuto cuando llegó otro individuo a perturbarme cuestionándome de nueva cuenta sobre lo que estaba buscando. Contesté, con perceptible molestia, que me interesaba la promoción de las cinco prendas por $699 y que estaba escogiéndolas. Su siguiente pregunta fue

-Supongo que son para un regalo, ¿no?

Esa cuestión fue la que me importunó. ¿Era realmente necesaria? Se tratara o no de un regalo, para él no hacía ninguna diferencia. Yo me iba a llevar cinco prendas y la tienda se quedaría con $699 en sus arcas, fuera como fuese. No obstante, me tragué mi coraje para responderle que no, no eran para un regalo. Interpreté su reacción como una combinación de incredulidad y juzgamiento. Hubo un instante de silencio incómodo y a continuación atinó a decir

-¡Ah! Muy bien. De este lado tenemos bras, por allá están los undies y las pijamas. ¿En qué estás interesado?

-No sé todavía –increpé-, quiero ver qué hay y escoger algo.

-Excelente, bro. Pues adelante. Mi nombre es Arturo y estoy para servirte si necesitas algo.

Se alejó por fin de mí, pero continuó observándome desde la distancia de una manera nada disimulada. No aguanté ahí medio minuto más. Dejé la canastita en donde estaban todas las demás y me retiré de la tienda en ese mismo instante. ¿Exageré? No lo sé, pero no estaba de humor para aguantar esas reacciones. Soy consciente de que algunas tiendas imponen a sus empleados el uso de ciertas frases y preguntas cuando abordan a los clientes, con el fin de captarlos, asegurar la venta, y de paso ganarse una comisión. Yo misma llegué a laborar en algunas de esas cadenas, y sé que a los propios vendedores les resulta ridículo e innecesario hacer eso, pero son las reglas y hay que acatarlas.

Pero creo que, en el caso particular de esa sucursal de American Eagle / aerie (no sé si en todas se siga el mismo formulismo) es algo exagerado. No se puede ver y mucho menos comprar a gusto. Imagino que para las chicas cisgénero tampoco es muy cómodo tener a tres personas observando la ropa íntima que van a adquirir.

Alguna vez alguien me sugirió que hiciera un post relatando las cosas que no me gustan de ser travesti. Creí que no había ninguna, pero definitivamente esta sí es una de ellas.

¿Has estado alguna vez en una situación similar? Cuéntame en los comentarios.

-Nadia.

¡Gracias!

Este post es exclusivamente para agradecerles por tomarse el tiempo de leer mis pensamientos. 2021 se ha posicionado como el año que más visitas ha recibido este humilde blog. El 2018 era el récord a romper, y no se consiguió durante 2019 ni 2020, pero el 2 de septiembre de este 2021 se logró superar la cifra de 25,237 visitas. Y todavía faltan casi tres meses de este año.

De verdad agradezco mucho que todas y todos ustedes tomen tiempo de sus vidas para leer lo que publico, que tiene la sola finalidad de ayudar a las feminófilas a saber que no están solas, que existimos personas que hemos pasado por la misma confusión y tenido los mismos miedos y dudas que ustedes, pero que logramos ver la luz al final del túnel. También busca ofrecer a las parejas de las travestis un panorama menos apocalíptico, y ayudarles a entender que se puede vivir perfectamente en pareja con una chica feminófila.

Espero seguir ofreciéndoles contenido que les resulte interesante y que les ayude en su travesía por el maravilloso mundo de sentirse mujeres.

¡Viva la feminofilia y viva México! Aprovechando que estamos en septiembre.

El clóset. ¿Es indispensable salir de él?

No.

Aquí podría terminar este post, simplemente respondiendo a la pregunta que yo misma planteé, pero no es el caso. Lo que trato de hacer es arrojar algo de luz al oscuro pozo que envuelve toda esta cuestión.

Definamos primero a qué me refiero con “salir del clóset”, y hablo de que nos revelemos como travestis ante la sociedad en general. Que todas las personas que nos rodean sepan que nos encanta vestirnos y sentirnos mujeres en la intimidad, que ya no sea un secreto, con el fin de aliviar la carga que a veces puede generar la doble vida que solemos llevar.

Desde mi punto de vista, creo que para el caso de nosotras las travestis no es indispensable salir de ese armario que suele resultar tan cómodo y, sobre todo, lleno de hermosas, delicadas y variadas prendas femeninas. Al contrario de como sucede con los y las transexuales, quienes en general buscan el reconocimiento con el género con el que se identifican por parte de familiares, amigos y personas en su entorno laboral; o las personas homosexuales, quienes también deben anunciar sus preferencias si desean vivir una vida amorosa y sexual plena sin tener que esconderse del mundo, lo que pasa con las travestis no requiere que todas las personas lo sepan.

Estoy plenamente consciente de que a muchas nos encanta o nos encantaría salir de vez en cuando a la calle totalmente transformadas en mujeres; asistir a reuniones, fiestas, bailes, ir al cine o simplemente a caminar por algún parque o alguna plaza comercial, pero ello difiere mucho de querer pasar el 100% del tiempo en nuestro rol de mujeres. Lo nuestro es temporal y lo sabemos. Sí, repetitivo e intermitente, pero siempre temporal. Tarde o temprano acabamos volviendo a nuestro rol de hombres y la vida sigue como si nada. Aunque, por otro lado, tener aliados también resulta indispensable. Cualquier secreto, sin importar la naturaleza de este, conlleva inherentemente una carga, y si dicha carga se comparte entre varias personas, a cada quien nos toca cargar menos. Lo dicta la propia física.

Entonces, ¿salir o no salir? Lo que yo recomendaría es salir “a medias”. No corramos a decírselo a todo el mundo. ¿Es necesario que mi jefe o mis compañeros de trabajo lo sepan, puesto que es improbable que alguna vez me vean transformada? No. ¿Es imprescindible que mis vecinos conozcan mis tendencias travestis? No, tampoco. Hay que escoger bien con quién vamos a abrirnos de capa y mostrarnos tal como somos. En primer lugar, debe ser una persona digna de toda nuestra confianza, que sepamos que no va a divulgar nuestro secreto sin nuestra expresa autorización, incluso si en algún punto se genera un conflicto o la amistad decae o se termina. Pero también, además de la confianza, tiene que ser alguien que nos traiga algo positivo a nuestra experiencia travesti.

En algún momento de mi vida decidí revelar mi secreto a una de mis primas, porque nos queremos mucho y pensé que sería una buena idea. No lo tomó mal, pero lo único que me dijo fue que ella respetaba mis gustos, y que si no le hacía daño a nadie ella no tenía problema. De eso han pasado cinco años y nunca hemos vuelto a tocar el tema. Es como si no me hubiera animado a decírselo. En la otra cara de la moneda está mi mejor amiga. A ella también se lo confesé y tampoco lo tomó a mal, pero en lugar de no volver a hablar del asunto, ella participa activamente en mi travestismo. Me ha regalado prendas, a veces también nos prestamos e intercambiamos algunas, me trata como mujer todo el tiempo, con ella comparto fotografías de mis looks y me da consejos al respecto, me ha enseñado algunas técnicas de maquillaje y con su ayuda he aprendido a ser más femenina e incluso imaginamos historias juntas para hacer más llevadero el turno laboral.

Así sí que vale la pena contar nuestro más profundo secreto a alguien. Como ya dije antes, platicarlo con alguien suele aligerar la carga y nos quitamos ese estigma de que nadie nos comprenderá jamás y que estamos destinadas a la clandestinidad y a la soledad. Desde el momento en que decidí romper el secretismo, vivo más feliz y más plena. Aunque sigo tomando mis precauciones para que nadie indeseado se entere, ya que no deseo que todos los que me rodean lo sepan. Por eso comento que lo ideal, al menos en mi caso, es una salida parcial.

¡Saludos y gracias por leerme!

-Nadia

La opinión de una travesti acerca del lenguaje inclusivo

Creo que llego un poco tarde para abordar este tema, pero no había tenido la oportunidad de expresar mi opinión acerca del “lenguaje inclusivo”. Lo diré sin dilación ni rodeos: me parece innecesario. Somos todos o todas, pero no todes. Somos nosotros o nosotras, pero no nosotres. Somos amigos o amigas, pero no amigues.

Han pasado ya algunos días desde que una persona llamada Andra Escamilla revivió un debate que ya lleva algunos años asomándose por las redes sociales, y en el que incluso la RAE ha expresado su opinión en más de una ocasión. Aprovechando el nuevo auge generado a raíz del incidente en el que Andra solicita que se refieran a su persona como compañere, me he puesto a leer distintos comentarios que parecen dividir la opinión pública en dos.

El primer grupo, que apoya a Andra, sostiene que tiene todo el derecho a solicitar que se le llame como desea. También argumentan que todas las personas estamos en nuestra libertad de identificarnos con un género, con otro, con ambos, o con ninguno. El segundo bando parece enfocarse en el idioma y en las reglas lingüísticas, aduciendo que les parece una aberración que las personas de género “no-binario” se inventen pronombres y palabras que, al menos hasta hoy, no existen oficialmente en nuestro idioma.

Enfocaré mi argumentación en este segundo grupo de personas. Y debo decir que pocas veces en mi vida había visto tanta hipocresía. Hoy se presentan como arduos defensores de la letra, la gramática y la sintaxis, pero en sus escritos ponen “haber” cuando quieren decir “a ver”. Se comen letras, evitan el uso de la “q” y la “u” sustituyendo estas dos por “k”. Omiten el uso de signos de interrogación. Cuando una persona busca corregir su ortografía o gramática suelen responder con frases del tipo

-Bueno, pero me entendiste, ¿no?

Y se niegan a modificar lo que está mal escrito. Además de todo esto, usan anglicismos innecesarios, como gym, influencer, online, outfit, stalker, streaming, entre otros. Pero resulta que son protectores incansables del español.

Con los que están a favor de lo inclusivo coincido en que un lenguaje no es estático, sino que evoluciona a través del tiempo y de las generaciones. Nosotros hoy en día utilizamos palabras que en la época de nuestros padres o abuelos no existían. Es también un excelente argumento el que dice que la RAE no dicta las reglas del español. Más bien las agrupa, las ordena y las publica, pero somos los hispanohablantes quienes dotamos de sentido o de significado a un vocablo. La existencia del español es la que justifica y da sentido a la existencia de la RAE, no al revés. El idioma llegó al mundo antes que la Real Academia Española.

No me opongo a la invención ni uso de nuevas palabras. Yo en mi juventud (y todavía) usaba muchísimo las palabras “chido” y “chale”, por ejemplo. Aún utilizo “wey” para referirme a mis camaradas o para señalar a un desconocido. La diferencia es que yo no iba por la vida exigiendo a los que no gustaban de utilizar dichos términos que lo hicieran porque a mí me parecían apropiados para expresar mis ideas. Entre mis amigos o personas de mi rango de edad usábamos esas expresiones con regularidad y las entendíamos, pero sin ponernos a llorar cuando alguien no las utilizaba. Y esa sería mi recomendación para los autodenominados “no-binarios”.

Quieren expresarse utilizando palabras como todes, nosotres, amigues, elle, le…, ¡adelante! Ciertamente están en todo su derecho. Si se entienden entre ustedes y son capaces de expresar sus ideas de una manera clara y congruente, no veo cuál es la objeción. Pero no traten de imponer ese léxico a quienes no queremos adoptarlo. Y sean pacientes. Es probable que eventualmente, si se populariza el uso de ese vocabulario entre las generaciones más recientes, la RAE acabe por incluirlos como parte del glosario de los hispanohablantes, como ya ha hecho con algunas palabras que en su momento no eran reconocidas.