Continuó hablando alrededor de diez o quince minutos, en los cuales trató de dejar muy claro que no sentía ninguna atracción hacia los hombres, cosa que yo no terminaba de creer del todo. Mientras él estaba hablando, en mi cabeza se formaban más preguntas:
¿Para qué vestirse de mujer si no es para sentirse deseado por los hombres?
¿Será que no soy lo suficientemente femenina para él?
¿Nuestra relación de diez años es tan solo una fachada?
¿Significa esto el fin de nuestra relación?
¿Existe una cura para esta enfermedad?
Estos pensamientos fueron interrumpidos cuando él mencionó la palabra travestismo.
En ese momento casi sentí que me desmayaba. ¿Travestismo? ¿Mi marido es un travesti? Eso me tomó por sorpresa, pues yo había crecido con la noción de que el travestismo está directamente relacionado con la prostitución. Mi reacción natural fue preguntarle si en algún punto de su vida se había prostituido, a lo que respondió que no.
No sabía qué hacer. Quería creerle, pero había algo en mí que no me lo permitía. Sentía que todo lo que me decía era una elaborada mentira para convencerme de cosas que no eran verdad. Que realmente él era un hombre homosexual que no se atrevía a confesarme su condición por temor a enfrentar una separación o un divorcio.
En un punto de la conversación yo ya no podía más. Me sentía abrumada y no quería saber nada del tema. Le pedí que me dejara descansar, que necesitaba estar a solas por unos días para pensar y tratar de aclarar mis ideas y mis sentimientos. No voy a mentir diciendo que nunca pensé en dejarlo. Ese pensamiento estuvo muy presente en mi cabeza durante algunos meses, pero también estaban mis sentimientos hacia él. Lo quería, lo amaba. Él era el padre de mi hijo, él era quien había estado para mí en mis momentos difíciles. Era la persona con la que había compartido mis alegrías y mis triunfos.
Mi marido era una persona a la que yo admiraba. Durante nuestra época de novios, me encantaba escucharlo hablarme de temas profundos e interesantes. Ya de casados, disfrutaba de verlo trabajar en casa, concentrado y enfocado en resolver lo que fuera que necesitara resolver. Cuando me sentía flaquear, trataba de recordarme todo aquello y me servía para darme fuerzas y seguir adelante.
El resto de la semana que coincidimos en casa no dormimos juntos. Yo sentía que no podía tener su cuerpo tan cerca de mí. Ese cuerpo que no sabía en dónde ni con quién había estado, ni lo que había hecho, pero que en mi imaginación se trataba de cosas muy pervertidas y escandalosas. Cuando volvimos a cambiar de turno las cosas no mejoraron mucho. Nuestra comunicación se volvió distante, y nuestro hijo estaba empezando a notarlo, aunque nosotros nunca le dijimos nada.
Feminófila: ¿Cómo fue que comenzaste a entenderlo?
Entrevistada: No sé si sería cosa del destino, de la suerte o de Dios, como se le quiera llamar, pero más o menos unas tres semanas después de que esto pasara, en un programa de televisión llamado Cosas de la Vida salió una familia hablando justamente de este tema. Se trataba de un muchacho adolescente al que le encantaba vestirse con la ropa de su hermana mayor. Su padre, el clásico estereotipo de hombre macho, lo había golpeado y corrido de la casa al enterarse de esto, pero su mamá lo defendía y abogaba por que regresara a vivir a su casa. Cuando leí el tema del programa “Mi hijo se viste de mujer”, la curiosidad me ganó y lo vi en su totalidad.
Antes de acabar el programa, salía una psicóloga comentando cosas relacionadas al tema que se había tratado, y entonces explicó que existía un concepto llamado travestismo heterosexual. Me sentí plenamente identificada cuando mencionó que la palabra travestismo generaba un impacto negativo en quien la escuchaba, por culpa de los prejuicios con los que muchas personas habíamos crecido, pero que literalmente significaba atravesar la vestimenta, sin implicar en ningún momento algo relacionado a la preferencia sexual.
Dijo también que era algo que muchos hombres hacían en secreto, muchos más de los que imaginábamos, que en ocasiones era un fetiche sexual, pero que en otras era una conducta más arraigada en el subconsciente de la persona que lo vivía. Dijo que el travestismo no debería confundirse con la transexualidad, ya que el travesti no desea cambiar permanentemente su género. Al escuchar todo esto sentí cómo un enorme peso se evaporó de mis hombros, porque supe que mi pareja no me mentía, que no se estaba inventando todo eso de no ser gay. Volví a llorar, pero esta vez al sentirme de pronto liberada de una presión que llevaba en mi pecho.
No recuerdo si ese mismo día o al siguiente me dirigí a un ciber café, pues no contábamos con internet en casa. Ahí me dispuse a buscar información referente al travestismo heterosexual y encontré algunas páginas y foros que hablaban profundamente al respecto. No me acuerdo del nombre del foro, pero me registré y dejé una pregunta intentando ponerme en contacto con otras personas que estuvieran en alguna situación parecida a la mía.
Dos o tres días después volví para revisar si había tenido respuestas, y me sorprendí cuando vi que tenía cerca de una docena. Casi todas eran de otros hombres travestis, pero había dos o tres que eran de otras esposas en la misma condición que yo. Una de ellas había dejado su dirección de correo electrónico por si quería escribirle, así que lo hice, expresándole todas mis dudas y preocupaciones. Mantuvimos correspondencia durante algunos meses y realmente fue gracias a ella que comprendí la condición de mi marido. Ya no tenemos comunicación, pero ella salvó nuestro matrimonio y le estaré eternamente agradecida.
F: ¿Qué fue lo que te dijo que te hizo finalmente aceptarlo?
E: Lo curioso es que no me dijo nada que mi marido no me hubiera dicho cuando habló conmigo, pero el hecho de que fuera alguien más quien me lo dijera, y que además fuera también la esposa de un travesti, de cierto modo les dio validez a esas palabras. Me platicó que ellos llevaban veintitantos años juntos y que fue él quien se lo confesó antes de casarse. Me dijo que el travestismo heterosexual es real, no es solo un mito. Que durante el tiempo que ella había compartido ese secreto con su pareja, nunca había notado un problema con su desempeño ni su apetito sexual, así que de eso tampoco debería preocuparme. Algo que definitivamente me marcó fue que me dijo:
Comprendí que su lado femenino es el responsable de muchas de las cosas que más me gustan de su forma de ser.
Eso me hizo reflexionar y darme cuenta de que también aplicaba en mi caso.
F: ¿Después de eso, aceptaste al 100% el travestismo de tu pareja?
E: Sí lo acepté al 100%. O sea, quiero decir que entendí que era algo que no iba a poder cambiar, pero que era parte del paquete con el que venía mi marido. No podía decir “sí lo quiero, pero solo hasta aquí”. O lo quería todo o no lo quería nada, así que decidí quererlo todo. Me puse a pensar en que, seguramente, también había cosas de mí que a él no le gustaban y que él aceptaba porque me quería. Fue una especie de revelación que me recordó que yo estoy muy lejos de ser perfecta, pero que él decidió amarme así.
Lo que no acepté de inmediato fue verlo transformado en Julieta, que es como se autonombraba cuando expresaba su lado femenino. Me resultaba muy duro ver al hombre con el que había escogido compartir mi vida moviéndose y comportándose como una mujer. Sentía cómo la imagen que tenía de él se derrumbaba bloque a bloque cada que me lo imaginaba con una falda o unos tacones. Así que, una vez que hablé con él y le platiqué todo esto, el acuerdo fue que lo hiciera fuera de casa, en donde nadie pudiera darse cuenta de su “pasatiempo”.
Le dejé muy claro que no quería en nuestra casa nada femenino de él. No quería ver maquillaje ni ropa que le perteneciera. Mucho menos fotos. Acordamos que tendría oportunidad de transformarse dos veces al mes, pero le pedí la mayor discreción al respecto. Nuestras familias, nuestros amigos y nuestros vecinos no deberían enterarse de esto. Por supuesto, nuestro hijo tampoco. Aceptó esas condiciones y así vivimos durante algunos años.
F: A partir de que le permitiste vivir su feminofilia, ¿notaste algún cambio en su comportamiento?
E: Completamente, pero no de la manera en que me lo esperaba. Tenía el temor de que, a dejarlo explorar su lado femenino con relativa frecuencia, esas actitudes amaneradas rebasaran el límite acordado e invadieran nuestra vida de pareja. En pocas palabras, temía que se convirtiera en un hombre afeminado. Comencé a poner más atención en sus movimientos, en sus expresiones, en su entonación, en sus gestos, en sus posturas, en busca de algún pretexto para arrepentirme de mi decisión, pero no encontré nada. Era como si su alter ego femenil se fuera a dormir cuando estábamos juntos.
Debo mencionar que, aparte de las pequeñas pistas que detecté cuando éramos novios, él no era un hombre que se notara afeminado. Desde siempre ha sido aficionado al fútbol, tanto a practicarlo como a verlo. No tiene muchos amigos, pero convive mucho con los que tiene. Le gusta dejarse crecer la barba y es capaz de reparar cualquier desperfecto en casa. Vamos, que es un hombre que, aunque tiene un lado femenino muy desarrollado, no le pide nada a uno que no lo tenga.
El cambio en su comportamiento que sí noté es que se veía más feliz, más pleno. Lejos de que esta situación nos separara, nos unió mucho más. Aumentamos la calidad del tiempo que pasábamos juntos. Él era un hombre detallista de por sí, pero mi aceptación de su travestismo lo hizo todavía más. Nunca imaginé que este lado suyo tuviera ventajas, pero la verdad es que sí las tiene. Al inicio la noticia me cayó como agua fría y no paraba de pensar que se trataba de una especie de castigo o de karma, pero eventualmente me di cuenta de que es todo lo contario y hoy, años después, no podría visualizar a mi esposo sin Julieta. Sé que son indivisibles y que no puede existir uno sin la otra.
F: Mencionas ventajas. ¿Cuáles ventajas encuentras?
E: Pues, como ya dije, lo primero es verlo feliz, contento. Y eso se traduce directamente en una mejor relación de pareja. Si él es feliz, esa felicidad se transmite a la relación. Se percibe un aumento en el cariño, porque, como él me dijo una vez, nosotras nos convertimos en algo muy valorado. Somos la mujer que nunca pensaron encontrar y por eso nos cuidan y su cariño por nosotras aumenta.
A la larga, acepté verlo transformado y me di cuenta de que podía ayudarlo bastante. Se vestía más o menos bien, pero su maquillaje era simplemente terrible. Y ¡ni qué decir de su forma de caminar con tacones! Para entonces ya vivíamos en una sociedad distinta, con mayor apertura a temas relacionados con lo que se sale de lo convencional, así que mi mentalidad también cambió y decidí apoyarlo completamente. Le enseñé lo poquito que yo sabía acerca de maquillaje y eso le sirvió bastante. También le compramos una peluca a Julieta y un día la maquillé. El resultado mejoró en un 200%.
A mí me sirvió porque aprendí muchas cosas que me sirvieron para mejorar mi propia imagen. Ya con acceso a internet, practicaba en Julieta algunos looks que veía y quería intentar en mí. También puse un mayor cuidado en mi imagen, pues mi ego no me permitía dejar que mi marido se viera mejor como mujer que yo. Julieta me motivó a hacer ejercicio, a cuidar mi alimentación, a hidratar mi piel, a arreglarme más, y eso contribuyó a elevar mi autoestima, lo que repercutió en mi seguridad y me otorgó hasta ascensos en mi trabajo. Hoy sé que sin la condición travesti de mi marido eso no hubiera ocurrido. Entendí, años después de que me lo preguntara, que una vestimenta linda no tiene nada que ver con gustarle o no a un hombre, sino con cómo nos hace sentir con nosotras mismas.
F: ¿Qué hay de su hijo? ¿Él lo sabe?
E: No, no lo sabe. Mi esposo y yo varias veces hemos considerado decírselo, pero no lo hemos decidido todavía. Lo hemos criado lo más abierto a temas sexuales que hemos podido y es un hombre que no discrimina a nadie, sin embargo, no sabemos cómo reaccionaría al saber que su padre se viste de mujer. Ambos tenemos claro que es algo que le diremos, pero no hemos decidido cuándo todavía.
F: Finalmente, ¿qué consejo le darías a otras esposas de travestis?
E: Sé de primera mano que es difícil aceptarlo al inicio. Al enterarnos sentimos morir, pensamos que será imposible vivir con un esposo así, pero yo les diría que se den la oportunidad de intentarlo. Reconozco que mi historia no va a ser la misma que la suya, que es posible que las cosas puedan salir mal y que acaben separados, pero, al menos, inténtelo.
Al darse por vencidas, la probabilidad de fracaso es del 100%. Por el contrario, si deciden intentarlo, existe una cierta posibilidad de éxito. Es mejor apostar por algo que puede funcionar que por algo que seguramente no lo hará.
Si se sienten inseguras respecto a algo relacionado con el travestismo de su pareja, pregúntenselo honestamente. Traten de buscar información acerca del tema. Hoy existe mucha más que antes y es más fácil acceder a ella. No permitan que sus prejuicios e ideas preconcebidas arruinen algo que puede ser muy bonito para ambos. El amor se trabaja y se cuida, y siempre requiere sacrificios, pero vale la pena realizarlos si se traducen en algo que nos da felicidad.