Masculinidad frágil: manéjese con cuidado

Como feminófila de clóset, la mayor parte de mi tiempo fuera de casa lo paso mimetizada entre varones, conviviendo con ellos y haciéndome pasar como uno más, como si de una espía se tratara. Debido a ello, no en pocas ocasiones me ha tocado escuchar comentarios machistas, de mal gusto o que denotan la fragilidad de su masculinidad, pues rehúyen y evitan cualquier situación que los ponga ligeramente en contacto con su lado femenino.

La idea de escribir este artículo me surgió el día de ayer, 15 de noviembre del 2022, cuando me encontraba en mi trabajo y, al estar en una línea de producción, alguien encontró unas pinzas para depilar tiradas en el suelo. El compañero responsable del hallazgo las recogió y asumió inmediatamente que pertenecían a una mujer. En el lugar en donde nos encontrábamos había nada más una chica y por los menos seis o siete varones. Al cuestionarle a la compañera si las pinzas eran suyas, ella respondió que no.

En ese punto fue en donde las cosas comenzaron a ponerse raras: entre risas y comentarios sarcásticos, el sujeto que tenía las pinzas en su poder se acercó uno por uno al resto de sus camaradas afirmando cosas como:

-Ten, se te cayeron tus pinzas.

-Creo que estas son tuyas.

-Guárdalas, no se te vayan a perder.

No hubo un solo individuo que no se indignara con la insinuación de que la propiedad del accesorio era suya, rechazando la idea con desaprobación y algunos hasta con asco, sintiendo que el hecho de admitir la pertenencia automáticamente los etiquetaría de “poco hombres”, afeminados o, incluso, homosexuales.

Me surgieron entonces las preguntas:

¿En qué cabeza tan primitiva hay cabida para la idea de que un hombre es homosexual por llevar consigo unas pinzas de depilar?

¿De qué manera imaginan estos seres que poseer un accesorio de belleza afecta su desempeño sexual o su valía como personas?

Uno de los involucrados en esta historia incluso era incapaz siquiera de tocar las pinzas, como si fueran a transmitirle un virus o una infección mortal y, debido a ello, los demás comenzaron a sujetarle las manos y los brazos para forzarlo a que las agarrara. En cuanto lo lograron y lo soltaron, él las arrojó al suelo, como si tenerlas en la piel le causara quemaduras.

Es realmente curioso, por decir lo menos, cómo un artículo tan pequeño e insignificante es capaz de provocar paranoia entre un grupo de adultos masculinos desarrollados. Estos hombres que les platico trabajan en líneas de producción, lidian con fallas de maquinaria que tienen que reparar, están constantemente sometidos a estrés y presión y todo esto parece no afectarlos. Superan metas, consiguen objetivos y en sus manos tienen la responsabilidad de que estas líneas sigan operando. Son, en pocas palabras, excelentes en lo que hacen. Me resulta inconcebible que crean que unas minúsculas pinzas de depilar van a derrumbar su imagen de hombres o a restarles valía.

Lo preocupante de toda esta historia son las implicaciones ocultas, pues si ellos sienten que el estar relacionados con algo mínimamente ligado a lo femenino les resta valor ante los demás varones de su entorno, es porque ellos también le restan valor a cualquier hombre igualmente ligado a lo femenino. Viven con el miedo a ser discriminados por los mismos motivos por los que ellos discriminan a otros.

Esto se traduce directamente en una de las principales razones por las que muchas feminófilas nos vemos forzadas a mantener nuestra conducta en estricto secreto y, en la medida de lo posible, alejada de nuestro entorno laboral, ya que, si alguien se enterara de nuestra tendencia hacia lo femenino, probablemente las oportunidades de desarrollo se verían truncadas y la razón no tendría nada que ver con nuestra capacidad o habilidad para ocupar un puesto de trabajo, sino con la valía disminuida que nuestros congéneres nos asignarían debido a nuestro travestismo.

Lamentablemente esto se extiende más allá de lo laboral, alcanzando también el terreno de lo familiar. Son abundantes los casos de feminófilos, transexuales u homosexuales que son desterrados de sus núcleos familiares debido a estas condiciones, pues a ojos de sus parientes, son seres inferiores tan solo por que son diferentes a ellos. Realmente tengo esperanza en que las nuevas generaciones comiencen a cambiar este sesgo. Afortunadamente parece que así será, ya que se percibe en ellas una mayor tolerancia y apertura de mente. Esperemos que así sea.

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