Recuerdo claramente aquellos días de mi infancia cuando la sociedad y la religión parecían tener reglas estrictas sobre cómo debíamos ser y comportarnos. Ser diferente era un pase directo hacia ser señalado, y yo, apenas descubriendo mi propia individualidad, me sentía atrapada en un conflicto interno. En aquel entonces, vestirme de mujer representaba un placer prohibido, una indulgencia que, aunque disfrutaba en el momento, me dejaba con un cúmulo de dudas, culpas y remordimientos. La conciencia de que estaba haciendo algo “malo” generaba en mí una profunda decepción con mi propio ser, y las lágrimas en la soledad de mi habitación eran mi única compañía mientras lidiaba con la incapacidad de ser “normal”.
Mis intentos de dejar atrás el travestismo eran efímeros juramentos quebrantados ante imágenes religiosas. Esta lucha interna me sumía en una sensación de impureza y culpa que parecía no tener fin. Viví años con la creencia errónea de que mi deseo de usar la ropa femenina de mi mamá, de mis tías y de mis primas era único, algo que me ocurría solo a mí, lo que me llevó a sentirme alienada e incapaz de integrarme completamente en algún grupo social, por culpa de ese sentimiento de no encajar al 100%.
Fue ya en la era de Internet que encontré un salvavidas para mi autoaceptación; la revelación de que el travestismo es un fenómeno global, con raíces en todas las culturas y épocas, fue un parteaguas en mi existencia. Descubrí que, históricamente, muchas sociedades aceptaban el travestismo en diversos grados, y que fue hasta la llegada del cristianismo que se inició una era de censura y represión de esta práctica.
Esta información marcó el inicio de mi viaje hacia la autoaceptación como travesti. El proceso fue gradual, pero liberador. Dejé de avergonzarme y luché profundamente por abrazar mi singularidad. Ser feminófila se convirtió en una parte fundamental de mi identidad, influenciando mis decisiones, gustos y perspectivas. La palabra “travesti”, que una vez me aterraba, ahora se ha convertido en una fuente de orgullo. He aprendido a ver la vida desde una perspectiva femenina, descubriendo su profundidad e intuición.
Al confrontar mi propia realidad encontré un tesoro escondido en la diferencia. Cada atuendo femenino que vestía no solo era una expresión de mi identidad, sino también un acto de rebelión contra la idea de la “normalidad”. Descubrí que el travestismo no es una rareza, sino una manifestación única de la riqueza que cada individuo aporta a la mesa de la vida.
Ese sentimiento de alienación que sentía en mi juventud se disipó cuando entendí que no estaba sola en mi viaje. A través de historias compartidas y experiencias similares, encontré un sentido de pertenencia que nunca pensé que experimentaría. La aceptación de mi identidad como travesti se convirtió en un faro de autenticidad en un mundo que, a menudo, prefiere las sombras de la uniformidad.
Con este conocimiento, mi viaje de autodescubrimiento se transformó en un acto de resistencia contra las expectativas restrictivas. Cada vez que el miedo intentaba arraigarse, recordaba las enseñanzas de aquellas valientes mujeres travestis que vinieron antes que yo, desafiando las normas para abrazar su verdad. Me di cuenta de que la autenticidad no solo es un regalo para uno mismo, sino también un faro que ilumina el camino para otros que luchan por aceptarse.
A medida que mi confianza creció, también lo hizo mi deseo de compartir mi historia. No solo como una narrativa personal, sino como un testimonio de que ser diferente no es una debilidad, sino una fuerza. La diversidad en todas sus formas enriquece nuestra experiencia colectiva y nos permite ver el mundo desde perspectivas únicas.
No solo estoy orgullosa de ser diferente, sino también agradecida por las lecciones que mi viaje me ha enseñado. Mi feminofilia no es simplemente una elección de vestuario; es una expresión de mi verdad interior. A través de los años, he aprendido que ser fiel a uno mismo no solo brinda empoderamiento, sino que también es un regalo para el mundo que nos rodea.
Hoy, con emoción en mi corazón, puedo afirmar con orgullo que estoy agradecida por ser diferente. He hecho las paces con mi autenticidad, celebrando la individualidad que me distingue de la mayoría. Ser travesti no es solo una parte de mí; es mi superpoder, una fuente de fortaleza y un recordatorio constante de que la verdadera belleza radica en la autenticidad. Estoy orgullosa de ser diferente, de desafiar las normas y abrazar la riqueza de mi propia diversidad. En un mundo que a menudo busca la uniformidad, encuentro mi fuerza en la valentía de ser auténtica y única. ¡Celebro mi diferencia con gratitud en el corazón!