Tres lecciones que he aprendido al salir de chica a la calle

Como muchas chicas, he pasado una muy buena parte de mi tiempo en el clóset. Desde hace mucho tiempo sentí que justo ese clóset me estaba asfixiando, así que decidí empezar a salir. De ese modo, llegué a conocer a varias amigas en reuniones y una que otra salida a algún bar y también así conocí a mi amiga, la autora de Feminófila.

Desde el año pasado esta decisión se transformó en salir durante el día a diferentes lugares como plazas, cafés y parques, en lugar de hacerlo solo en la noche, como lo había hecho antes, y estas son tres cosas que he aprendido:

1. A la gente le interesamos menos de lo que pensamos. Como chica travesti, al principio me imaginaba que todo mundo se me quedaría viendo, que me verían como bicho raro, que sería el centro alrededor del cual fluye todo. Hasta hoy, nada de esto me ha sucedido. He ido a algunas  plazas en la ciudad en donde vivo, sobre todo a ver ropa y a sentarme a tomar un café. Las chicas de las tiendas de ropa se han acercado a mí como a cualquier otra clienta. Lo mismo ha sucedido con las chicas del Starbucks; me atienden como a un cliente más, me han preguntado mi nombre y a mí me da mucho gusto ver el vaso de cartón con mi nombre “Paula”. En una visita a una plaza me quedé sin monedas para pagar el estacionamiento. Al preguntarles a dos chicos que estaban formados en la fila detrás de mí, fueron muy amables en cambiarme un billete por monedas y poder pagar, no hubo miradas extrañas ni comentarios fuera de lugar.

2. Una buena parte del miedo es irreal. Uno de mis temores al salir es, definitivamente, exponerme a algún insulto, a una mirada lasciva o incluso a alguna agresión. Ese temor ha sido prácticamente infundado. Nunca he tenido una sola experiencia negativa. Si bien he salido durante el día, lo hago en lugares públicos y con gente. Creo que eso es mucho más seguro que salir a caminar por la noche y sin gente, como lo llegué a hacer un par de veces. En alguna de las ocasiones me abordaron dos hombres, uno para decirme que me veía guapa y el otro para preguntarme mi nombre. Aunque en ambos casos me llegué a sentir nerviosa, no pasó nada de nada.

3. Con el tiempo la experiencia de salir se va a haciendo natural. Al salir las primeras veces a la calle, me sentía insegura de la imagen que proyectaba. En algún momento descubrí a una chica maquillista con experiencia en la comunidad trans, quien me ha diseñado unos maquillajes muy lindos. Esto me ha ayudado a sentirme empoderada y confiada en mis salidas. Hoy, ya no siento que traigo maquillaje puesto y lo mismo pasa con mi ropa; los tacones, la blusa y la falda se han ido convirtiendo en un atuendo natural. Hoy siento que por momentos no caigo en la cuenta de que estoy en la calle en modo chica.

Estos momentos de estar en la calle cómoda y confiada tienen dos partes. La primera es la que he platicado aquí acerca de la decisión personal de hacerlo. Sin embargo, esta decisión puede ser un “no” para varias chicas y es perfectamente válido. Cada quien va saliendo del closet a su paso. Incluso hay quien puede decidir no salir. La segunda parte son las circunstancias externas. Hay lugares que son menos amigables para nosotras que otros. Por ejemplo, las vendedoras de Liverpool, donde he ido un par de veces, no tienen la sensibilidad de tratar con una chica como nosotras, tal como lo hacen las chicas y chicos en Sephora o en Mac, donde me he probado bases de maquillaje. Además, es posible que no haya lugares que percibamos como confiables cercanos a nosotras. Esto claramente nos inhibe a salir.

Al final, mostrarnos como somos y socializar es parte de la vida diaria para cualquier persona y en mi experiencia ha valido la pena hacerlo ¿Y a tí cómo te ha ido en tus salidas?

La satisfacción de ser diferente

Recuerdo claramente aquellos días de mi infancia cuando la sociedad y la religión parecían tener reglas estrictas sobre cómo debíamos ser y comportarnos. Ser diferente era un pase directo hacia ser señalado, y yo, apenas descubriendo mi propia individualidad, me sentía atrapada en un conflicto interno. En aquel entonces, vestirme de mujer representaba un placer prohibido, una indulgencia que, aunque disfrutaba en el momento, me dejaba con un cúmulo de dudas, culpas y remordimientos. La conciencia de que estaba haciendo algo “malo” generaba en mí una profunda decepción con mi propio ser, y las lágrimas en la soledad de mi habitación eran mi única compañía mientras lidiaba con la incapacidad de ser “normal”.

Mis intentos de dejar atrás el travestismo eran efímeros juramentos quebrantados ante imágenes religiosas. Esta lucha interna me sumía en una sensación de impureza y culpa que parecía no tener fin. Viví años con la creencia errónea de que mi deseo de usar la ropa femenina de mi mamá, de mis tías y de mis primas era único, algo que me ocurría solo a mí, lo que me llevó a sentirme alienada e incapaz de integrarme completamente en algún grupo social, por culpa de ese sentimiento de no encajar al 100%.

Fue ya en la era de Internet que encontré un salvavidas para mi autoaceptación; la revelación de que el travestismo es un fenómeno global, con raíces en todas las culturas y épocas, fue un parteaguas en mi existencia. Descubrí que, históricamente, muchas sociedades aceptaban el travestismo en diversos grados, y que fue hasta la llegada del cristianismo que se inició una era de censura y represión de esta práctica.

Esta información marcó el inicio de mi viaje hacia la autoaceptación como travesti. El proceso fue gradual, pero liberador. Dejé de avergonzarme y luché profundamente por abrazar mi singularidad. Ser feminófila se convirtió en una parte fundamental de mi identidad, influenciando mis decisiones, gustos y perspectivas. La palabra “travesti”, que una vez me aterraba, ahora se ha convertido en una fuente de orgullo. He aprendido a ver la vida desde una perspectiva femenina, descubriendo su profundidad e intuición.

Al confrontar mi propia realidad encontré un tesoro escondido en la diferencia. Cada atuendo femenino que vestía no solo era una expresión de mi identidad, sino también un acto de rebelión contra la idea de la “normalidad”. Descubrí que el travestismo no es una rareza, sino una manifestación única de la riqueza que cada individuo aporta a la mesa de la vida.

Ese sentimiento de alienación que sentía en mi juventud se disipó cuando entendí que no estaba sola en mi viaje. A través de historias compartidas y experiencias similares, encontré un sentido de pertenencia que nunca pensé que experimentaría. La aceptación de mi identidad como travesti se convirtió en un faro de autenticidad en un mundo que, a menudo, prefiere las sombras de la uniformidad.

Con este conocimiento, mi viaje de autodescubrimiento se transformó en un acto de resistencia contra las expectativas restrictivas. Cada vez que el miedo intentaba arraigarse, recordaba las enseñanzas de aquellas valientes mujeres travestis que vinieron antes que yo, desafiando las normas para abrazar su verdad. Me di cuenta de que la autenticidad no solo es un regalo para uno mismo, sino también un faro que ilumina el camino para otros que luchan por aceptarse.

A medida que mi confianza creció, también lo hizo mi deseo de compartir mi historia. No solo como una narrativa personal, sino como un testimonio de que ser diferente no es una debilidad, sino una fuerza. La diversidad en todas sus formas enriquece nuestra experiencia colectiva y nos permite ver el mundo desde perspectivas únicas.

No solo estoy orgullosa de ser diferente, sino también agradecida por las lecciones que mi viaje me ha enseñado. Mi feminofilia no es simplemente una elección de vestuario; es una expresión de mi verdad interior. A través de los años, he aprendido que ser fiel a uno mismo no solo brinda empoderamiento, sino que también es un regalo para el mundo que nos rodea.

Hoy, con emoción en mi corazón, puedo afirmar con orgullo que estoy agradecida por ser diferente. He hecho las paces con mi autenticidad, celebrando la individualidad que me distingue de la mayoría. Ser travesti no es solo una parte de mí; es mi superpoder, una fuente de fortaleza y un recordatorio constante de que la verdadera belleza radica en la autenticidad. Estoy orgullosa de ser diferente, de desafiar las normas y abrazar la riqueza de mi propia diversidad. En un mundo que a menudo busca la uniformidad, encuentro mi fuerza en la valentía de ser auténtica y única. ¡Celebro mi diferencia con gratitud en el corazón!

Travestismo: tips & tricks

Existe una enorme diferencia entre vestirse de mujer y transformarse en una. Cualquier persona es capaz de realizar la primera actividad, pues tan solo basta con tomar una prenda socialmente asignada al género femenino, como una blusa, una falda, unos zapatos de tacón o unas pantimedias, y colocársela. Listo, ya está, eso es “vestirse de mujer”. No es la gran ciencia, ¿cierto?

Muy distinto es el otro caso. Transformarse en una chica generalmente no es tan sencillo ni tan rápido, pues no basta nada más con colocarnos las prendas, sino que debemos valernos de algunos truquillos para lograr una apariencia femenina convincente. Sea nuestro objetivo salir a la calle ataviadas con vestimenta femenina, o quedarnos en nuestra habitación a disfrutar de nuestra privacidad, creo que la mayoría de nosotras estaremos de acuerdo en que entre más femeninas nos veamos, mayor será nuestro deleite.

¿Cuáles son esos elementos que pueden ayudarnos y proporcionarnos aquello que por naturaleza no tenemos para lucir más femeninas? Bueno, la lista puede llegar a ser muy extensa, pero he tratado de resumirla lo más posible y enumerar tan solo los elementos que considero más básicos. Cada producto en la lista tiene un enlace a amazon por si quieres adquirirlo o checar cuánto cuesta:

1.- Corrector anaranjado. Este es básico a la hora de maquillarnos, sobre todo si la naturaleza no nos hizo lampiñas y nuestra barba es notoria. Es bien sabido que, por más a ras que tratemos de afeitarnos, siempre quedará una sombra que delatará la presencia de vello facial.  No obstante, este no es un problema sin solución, ya que, si antes de ponernos la base aplicamos una capa de este corrector sobre las zonas del rostro en que la barba crece (habiéndonos afeitado previamente, claro está) ¡lograremos disimularla muy bien! Solo ten presente que, si tu barba es muy tupida y crece rápido, el efecto de este truco te durará unas 5 o 6 horas antes de que empiece a notarse.

2.- Peluca. Muchas de nosotras, quienes en nuestra vida masculina lucimos cabello corto, anhelamos saber cómo se modificaría nuestro aspecto si tuviéramos una cabellera larga, brillante y sedosa. Bueno, ese efecto puede ser logrado mediante el uso de una peluca. Si todavía no has utilizado una, ¡créeme cuando te digo que te estás perdiendo de mucho! El simple hecho de añadir una peluca a tus transformaciones va a mejorar radicalmente el resultado. Lo mejor del caso es que existen opciones para todos los presupuestos, además de que puedes conseguir una en prácticamente cualquier estilo y cualquier color que te imagines. Te aseguro que, cuando te animes a hacerlo, no te conformarás solo con una.

3.- Rellenos de caderas/nalgas. Dada nuestra fisonomía, la enorme mayoría de nosotras carecemos de las curvas anatómicas tan características de las mujeres a quienes tratamos de emular. Pero como para todo problema hay al menos una solución, este no podía ser la excepción. Invertir en rellenos de nalgas y/o caderas es una idea más que excelente, pues dotarán a tu imagen de un aspecto mucho más femenino. Te aseguro que, luego de probar este truco, ¡no te quedarán ganas de volver a ponerte una falda o un pantalón femenino sin utilizar rellenos! Te vas a enamorar de cómo te hacen lucir. Si además complementas su uso con una faja que te haga ver más curvilínea, serás toda una femme fatale.

4.- Pantimedias térmicas. Confieso que este tip lo descubrí hace apenas una semanas, y fue gracias a que mi novia me pidió que la acompañara al centro de la ciudad a buscar este tipo de pantimedias para un intercambio navideño. Yo no sabía muy bien a qué se refería cuando decía “pantimedias térmicas”, y en mi imaginación se dibujaban unas pantimedias como si fueran de peluche o de tela parecida a la de las pijamas. Una vez que las vi, ¡quedé estupefacta ante el hecho de que no las haya conocido antes! Básicamente, se trata de pantimedias que, a todas luces, se ven completamente normales. El truco es que, por dentro, tienen una especie de forro que es lo que les proporciona sus propiedades térmicas. Este forro puedes escogerlo de un color lo más parecido al de tus piernas, así que no se notará en lo absoluto. Además de la enorme ventaja que ofrecen de poder utilizarlas con faldas en épocas de frío, tienen el plus de que, si has dejado crecer el vello de tus piernas, ¡estas pantimedias lo ocultarán por completo! Dotando a tus piernas de un aspecto muy pero muy sensual.

5.- Brasier adherible. ¡Un verdadero trucazo, amigas! Cuando yo descubrí este hack, no podía con la emoción. Es complicado de explicar con palabras, pero trataré de hacerlo lo mejor que pueda. Este tipo de bra consiste en dos pads o copas independientes, que contienen una especie de gel adhesivo que, como su nombre lo indica, se adhiere a la piel. Hasta ahí nada espectacular, ¿cierto? La magia ocurre al momento de unir, mediante un broche, ambas partes del brasier. Esto causa que se genere la apariencia de unas boobs bastante realistas, pues al juntarse las copas y jalar nuestra piel con ellas, se produce este efecto tan visualmente convincente. Lo mejor del caso es que estas prendas son reutilizables y se pueden lavar (claro, con los cuidados necesarios) y el efecto desaparece en cuanto te los quitas, así que no afectará la apariencia de tus pectorales y es un procedimiento totalmente indoloro. Les dejo un pequeño video en el que se ve mucho mejor su funcionamiento.

Espero que estos consejos realmente les sean útiles si están buscando mejorar su apariencia femenina. Si los aplican, ¡no olviden compartirme sus fotos!

Fui de compras por ropa masculina. ¡Vaya frustración!

Hace un par de semanas, con motivo de las celebraciones decembrinas, me vi en la necesidad de adquirir algunas prendas para renovar mi guardarropa masculino, situación que se había tornado urgente dadas las condiciones de mi ropa del día a día, que lucía desgastada y opaca. Mi propósito era comprar algunas camisas, un suéter y un par de pantalones, pues eso sería suficiente para no repetir atuendo cada semana, como venía sucediendo desde hacía ya un buen rato.

Me dirigí entonces hacia el centro de mi ciudad, pues mi idea era comprar en una de esas tiendas que casi de manera permanente manejan descuentos en su ropa o que te venden tres piezas por mil pesos mexicanos, como Aldo Conti o Men’s Factory. Nada más poner un pie dentro de estos negocios me llené de desgano y apatía, pues a pesar de la buena iluminación dentro de los establecimientos, el ambiente lucía gris y, hasta cierto punto, deprimente. Aun así, me obligué a deambular por los pasillos en búsqueda de las prendas que necesitaba.

Sobra decir que nada capturaba mi atención. Esperaba ver algo que inmediatamente me hiciera querer comprarlo, como comúnmente sucede con la ropa de chica, pero eso no estaba pasando. Todo lucía igual, nada destacaba entre la gran cantidad de ropa que había en dichas tiendas. Los pantalones, todos tenían el mismo corte y, si acaso, variaban un poco los colores, pero manteniéndose dentro de un reducido abanico de opciones: verde, gris, vino, negro, azul marino.  Por el lado de los suéteres tampoco había gran cosa que destacar. Sí, un poco más de variedad en los colores, pero nada que merezca la pena mencionar. Ni siquiera la sección de camisas tuvo nada que aportar, ya que, como sabemos, las camisas para caballero suelen ser todas básicamente iguales.

Sin haber comprado nada, me dirigí a otro establecimiento de características similares, en donde se repitió la misma historia, con el añadido de que al mirar las etiquetas de los precios, estos me causaron una impresión desfavorable. “¡$700 MXN por una camisa! ¡$400 MXN por un suéter! ¿Qué les pasa?” exclamé para mis adentros. Salí del lugar completamente frustrada, ya que no encontré una sola prenda que llamara lo suficientemente mi atención como para que me convenciera de adquirirla a pesar del “elevado” precio.

La solución llegó un par de días después en una tienda ubicada en otro lugar. Pero no crean que era muy diferente a las anteriores, sino que compré aquello que menos me desagradó debido al apremio con el que requería adquirir la vestimenta. Fue en ese momento que me puse a pensar en lo diferentes que son mis experiencias al momento de comprar ropa, cuando se trata de aditamentos para hombres y para mujeres.

Es como si las prendas femeninas me llamaran. No siento que yo las encuentre a ellas, sino que ellas me encuentran a mí. Pocas veces me veo en la necesidad de buscar alguna falda, una blusa o un vestido, sino que voy caminando por la calle o por algún centro comercial cuando, de repente, como si de una aparición divina se tratase, aparecen en mi campo visual y se roban mi atención, como si tuvieran en mí un efecto hipnótico. Si en ese momento, por las circunstancias, no puedo comprarla, su existencia nunca abandona mi mente, hasta que vuelvo por ellas cuando se da la oportunidad.

Tal es la impresión que suelen causar en mí, que la mayor parte del tiempo el precio ni siquiera me importa. Hace rato me quejaba de los altos precios de la ropa para hombre, diciendo que se me hacían “elevados”, y lo ponía entrecomillado porque, la verdad sea dicha, esos costos no eran altos en absoluto, sino que es lo que suelen costar esas prendas en promedio, pero a mí se me hacía injusto gastar esa cantidad de dinero en algo que no me llenaba. Completamente distinta es la historia cuando hablamos de prendas femeninas, pues en ese caso soy capaz de desembolsar cantidades de dinero sin pensarlo y sin arrepentirme. He comprado faldas o vestidos individuales que cuestan más que dos o tres camisas de caballero, pero en ese momento no siento que sea un costo exagerado, como sí me pasaba con la vestimenta masculina. Es como si todo valiera la pena, pues al momento de ponerme esa ropa y verme frente al espejo nada más me interesa.

Estoy segura de que a ustedes les han sucedido situaciones similares, ¿verdad? ¡Cuéntenmelas en los comentarios!

El adiós de Deniss

¡Hola, Nadia! Como algunas otras chicas te lo han manifestado en los comentarios, haber encontrado tu blog marcó un cambio en mi vida. Al leer tus posts (que me los he leído todos) me veo viviendo las mismas historias y anécdotas que tú, lo que me hace sentirme completamente identificada. Gracias por dar vida y continuación a este proyecto, créeme que no somos pocas quienes lo valoramos de sobremanera.

El motivo de que hoy por fin me decida a escribirte es que me he decidido a colgar los tacones. Bueno, dicho de otra manera, hoy le digo adiós a Deniss. Si no para siempre, al menos sí por un prolongado período.

Antes de entrar en detalles acerca del porqué, me permitiré platicarte acerca de mí, para generar un poco de contexto. Actualmente tengo 38 años. Tengo un hermano mayor y una media hermana menor, aunque yo la veo y la quiero como si fuera mi hermana “completa”. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 14 años y mi madre se volvió a casar. La relación con mi padre biológico es estupenda; me llevo mucho mejor con él y le tengo más confianza que a mi madre, aunque con ella no es que me lleve mal tampoco, sino que con mi papá no hay comparación.

Mi gusto por vestir de mujer lo descubrí más o menos durante la época en que mis padres enfrentaban su separación marital, sin que una situación haya sido una causa de la otra. La verdad es que su divorcio ocurrió en términos muy amigables, y ni mi hermano ni yo sufrimos experiencias tormentosas en el proceso. Durante mi niñez tuve una relación muy cercana con una de mis primas, hija de una hermana de mi papá y tan solo dos meses mayor que yo, pero por cuestiones del trabajo de su padre se mudaron a Chihuahua y dejamos de ser tan unidos.

Cuando mis padres atravesaban por su separación me enviaron dos semanas con esos tíos, a manera de vacaciones y de distracción, mientras que mi hermano viajó a Chiapas con la familia de su mejor amigo. Para ese entonces mis tíos ya tenían otra hija además de mi referida prima, por lo que encontrar ropa femenina en la ducha o en el cuarto de lavado no era cosa extraña, situación que jugó a mi favor un día que, jugando al béisbol con los amigos y vecinos de mis primas, terminé con mi ropa hecha una calamidad. Había viajado a Chihuahua con equipaje muy ligero, además de que mis actividades lúdicas implicaban ensuciarme de lodo y tierra, por lo que agoté mis mudas antes de lo previsto. Ello, aunado al hecho de que mi tía hacía la lavandería una vez a la semana, tuvo la consecuencia de que un día me quedé sin ropa que ponerme.

Como la indumentaria de mi tío era todavía muy holgada para mí, mi tía tuvo la idea de prestarme un conjunto deportivo de pants y playera perteneciente a esa prima que años atrás era casi mi hermana. Dada mi esbelta o más bien enclenque figura, no tuve problemas para encajar en esas prendas. Luego de soportar algunos comentarios burlones por parte de mis primas, no tuve más remedio que sentarme a ver la televisión así ataviado mientras la lavadora procesaba mis mugrientas ropas.

Ese fue mi primer contacto con el mundo de lo femenil. Creo que está demás que trate de expresar mediante la palabra escrita las sensaciones tan inquietantes que se producen cuando nuestra alma femenina despierta al entrar en contacto con su contraparte en el mundo exterior, pues estoy segura de que todas estamos familiarizadas con esa experiencia. Baste decir que, movido por una euforia inexplicable, esa misma noche corrí a la habitación en donde la ropa se lavaba y me hice con unas pantaletas de mi prima. Ahí mismo, a oscuras, me las coloqué y así pasé la noche, imaginando que era yo una hija más de esa familia. A partir de ese momento mi vida cambió para siempre, pues nunca más volví a alejarme de mi feminidad… hasta hoy.

Durante los años posteriores fui perfeccionando la habilidad de conseguir prendas femeninas. No siempre de manera honesta, debo reconocerlo, pues algunos grandes almacenes fueron víctimas de, llamémosles, “sustracciones ilegales” de su mercancía. Ya durante la adolescencia comencé a salir con chicas, quienes también, sin saberlo, sucumbieron presas de mis inocentes raterías.

Creo que me estoy extendiendo demasiado y me alejo del punto central que quiero expresar en esta misiva, pero no quiero omitir la mención de que, desde hace siete años, esto ya no es un secreto para mis seres más queridos y cercanos. Mis padres, mi padrastro, mis hermanos y esas dos hermosas primas de Chihuahua, así como sus comprensivos padres, están al tanto de mis prácticas travestis. Y no solo eso, sino que han logrado comprender a grandes rasgos esta conducta, sabiendo diferenciarla de la preferencia sexual y la propia identidad de género.

Tal vez en este punto los lectores con la paciencia y curiosidad suficientes para llegar hasta este punto puedan preguntarse ¿por qué entonces osas atreverte a renunciar a tu lado femenino? Y sí, otorgo razón al argumento de mi decisión pueda parecer altiva y egoísta, pero les aseguro que no es fruto de una ingenuidad ni pereza de pensamiento, sino que es producto de una profunda reflexión y de un giro radical que quiero darle a mi vida.

Mi voluntad no obedece al hecho de que esté a punto de casarme, o de que haya procreado descendencia, o de que sienta culpa de ser como soy, o de que haya encontrado la salvación a través del culto a una deidad. No. Ninguna de esas opciones es aplicable a mi situación actual. Más bien, me he convencido de que es el resultado de una especie de curiosidad científica; prácticamente toda mi vida la he compartido con mi contraparte femenina, a quien ya antes mencioné que llamo Deniss. Todas mis metas, mis logros y mis objetivos los he cumplido con ella a mi lado. Ha sido ella quien me ha dado fuerzas cuando me siento flaquear. Pero también he sufrido algunas caídas junto a ella. Ha sido Deniss la causante directa de más de media docena de momentos difíciles, incómodos y embarazosos.

En este punto me siento con la obligación de aclarar que no estoy implicando que ponga a Deniss en una especie de criogenización a causa de esto último. Mi intención es únicamente dejar patente que existe un equilibrio; ni todo lo que me ha dejado es bueno, ni todo es malo, sino que lo que ha sucedido en mi vida desde hace años, sea ello positivo o negativo, ha estado asociado de alguna manera a su presencia.

Hoy quiero experimentar la vida desde un único punto de vista. Y, dado que no soy transgénero ni tengo intenciones de vivir como mujer, la única opción que me queda para lograr ese objetivo es que ese punto de vista sea el masculino. Entiendo perfectamente que no soy la concatenación de dos personas distintas, que no sufro de un síndrome de personalidad múltiple, y que la personalidad femenina de Deniss está impresa en mi ADN tanto como la masculina. Somos inseparables, vaya.

No obstante, incluso entendiendo que será imposible desprenderme al 100% de mis inquietudes femeninas, lo que quiero es ver cómo será mi vida minimizándolas lo más posible. ¿Será que mejoraré mi desempeño en ciertas áreas o capacidades? ¿Será que lo empeoraré en algunas otras? O ¿es posible que no exista ninguna diferencia? No lo sé, pero es mi deseo encontrar la respuesta a estas interrogantes.

Me intriga descubrir en qué cosas decido invertir mi dinero ahora que ya no lo gastaré en indumentaria femenina, o cuáles serán mis pasatiempos en lugar de pasar horas transformándome y fotografiando tanto el proceso como el resultado. ¿Será difícil? ¿Será sencillo? ¿Durante cuánto tiempo mantendré esta determinación? No tengo las respuestas ahora, pero den por hecho que les estaré reportando, si así lo quieren, mis descubrimientos y conclusiones.

Gracias, Nadia. Y gracias también a toda la comunidad de feminófilas que me hicieron sentir acogida durante tanto tiempo.

-Deniss.

Dos consejos para travestirte en estas fiestas

Las fiestas son una época ideal para explorar tu lado más femenino. Si estás pensando en travestirte, aquí tienes dos consejos para ayudarte a lucir fabulosa:

Consejo 1: Elige un look que te haga sentir cómoda.

Lo más importante es que te sientas bien contigo misma. No importa si es un look clásico o algo más atrevido, lo importante es que te haga sentir segura y sexy.

Si eres nueva en el travestismo, te recomendamos empezar con un look sencillo. Puedes probar con un vestido negro básico o un traje de dos piezas. A medida que te sientas más cómoda, puedes ir experimentando con otros estilos.

Consejo 2: No olvides los accesorios.

Los accesorios pueden ser un gran complemento para cualquier look. Una buena cartera, unos zapatos llamativos o un collar llamativo pueden ayudarte a completar tu look.

Si no estás segura de qué accesorios elegir, puedes consultar a un amigo o familiar que sea experto en moda. También puedes encontrar inspiración en revistas o blogs de moda.

Conclusión:

Con estos dos consejos, estarás lista para lucir fabulosa en estas fiestas. Recuerda disfrutar del proceso y pasarlo bien.

Aquí hay algunos ejemplos de looks que puedes probar:

  • Un vestido negro básico con tacones y un collar de perlas.

  • Un traje de dos piezas con tacones y un bolso de mano.

  • Un vestido estampado con botas

  • Un mono con tacones

No tengas miedo de experimentar y encontrar tu propio estilo único.

Besitos,

Romina V.

La boda de mi mejor amiga. El desenlace

Tomo el vestido y en ese momento todo mi cuerpo se estremece de emoción y felicidad. Me lo coloco tratando de disfrutar cada milímetro de la suave tela recorriendo mi tersa piel. Me ajusta como un guante. ¡Me queda perfecto! Es en este momento cuando veo coronado todo el esfuerzo invertido, pues la imagen que el espejo me devuelve quedará por siempre grabada en mi mente.

Me coloco las sandalias de tacón de aguja con brillantes, que me permiten mostrar la pedicura que acudí a hacerme dos días antes, en un tono de rosa a juego con el color del vestido. Un femenino anklet añade un coqueto detalle de feminidad a mis pies. Me dirijo a la pequeña cocineta de mi habitación y me preparo un café, mismo que degusto sentada en un banquillo junto a la ventana, desde donde puedo ver la espléndida alberca del hotel. En ese punto me pongo a reflexionar sobre el hermoso momento que estoy viviendo, haciendo realidad un sueño que durante tantos años solo me atreví a formar en mi cabeza.

Mi introspección es interrumpida por el sonido de alguien que llama a la puerta. Volteo a ver el pequeño y delicado reloj que adorna mi muñeca izquierda y veo que son las 10:30 am, hora pactada para que llegara Susan, la maquillista que se encargará de dejarme luciendo lo más femenina que sea posible. Le abro la puerta y le ayudo a ingresar la pesada maleta en la que trae los elementos con los que obrará su magia.

Mientras ella se dispone a maquillarme y peinarme, yo me relajo en la silla, al punto en el que casi caigo en una ligera pero agradable ensoñación. Poco más de una hora después escucho que me dice que ha terminado, que estoy lista y que es momento de verme en el espejo para revelar la imagen que luciré en la boda de mi mejor amiga como su Dama de Honor. ¡Guau! ¡Es algo que no puedo describir con palabras! Me cuesta reconocerme frente a ese espejo, pues me veo muy diferente a como luzco en mi día a día. Por medio de la aplicación de contours e iluminadores, Susan me ha dotado de una nariz y una barbilla más definidas y afiladas y ha logrado resaltar mis pómulos, haciendo que mis ojos proyecten una mirada más profunda y, de cierta manera, seductora.

El trabajo que realizó con mis cejas también es algo digno de resaltar. Ayudada por una base de maquillaje de alta cobertura, además de otras sustancias secretas, cubrió completamente mis cejas reales, y sobre ellas dibujó, de manera muy realista, un par completamente nuevo de cejas delgadas y anguladas, colaborando a que el marco de mi cara se viera completamente diferente. Asimismo, las extensiones tanto en las uñas como en las pestañas también colaboraron con el hechizo. Los tratamientos para acelerar el crecimiento del cabello habían funcionado y ahora mi negra cabellera caía graciosamente hasta la mitad de mi espalda. Susan se encargó de hacerme unos llamativos rizos que enmarcaban a un más mi rostro y hacían que el vestido se viera más impactante. Todos estos aspectos realmente se habían encargado no solo de feminizar mi imagen, sino también mi autopercepción. Era casi como si la vestimenta y el maquillaje me hubieran reprogramado para reconocerme como una verdadera mujer.

Listísima y radiante, salgo de la habitación para unirme al resto de las damas de honor en la suite de Marlenne. Al abrir la puerta, sus caras de sorpresa y admiración son evidentes. Marlenne, con su vestido de novia, ilumina la habitación con una sonrisa emocionada, y no puede evitar esconder su sorpresa mientras me dice:

—¡Lizet, te ves increíble! —exclama, abrazándome con alegría.

Las otras damas de honor no se quedan atrás en expresiones de admiración y felicitaciones. Me siento abrumada por la calidez y aceptación que recibo. Marlenne me abraza nuevamente y me susurra al oído:

—Estás deslumbrante, Lizet. Serás la dama de honor perfecta.

Palabras que inmediatamente me mandan al cielo. La mañana pasa entre risas, sesiones de fotos y la alegría previa al enlace. A medida que la hora se acerca, la emoción en el ambiente se vuelve palpable. Marlenne y Nayeli comparten momentos de complicidad, y puedo ver el amor que se refleja en sus ojos.

Por fin llega el momento de dirigirnos hacia la ceremonia. Con cada paso que doy hacia la entrada de la capilla, siento la firmeza en mis tacones y la gracia de mi vestido. Es una experiencia surrealista, como si estuviera viviendo en un sueño del cual no quiero despertar.

La ceremonia transcurre en un ambiente de amor y alegría. Marlenne y Nayeli intercambian votos emotivos, sellando su compromiso con un beso apasionado. Como damas de honor, nosotras nos mantenemos a su lado, compartiendo la dicha de este momento trascendental.

Después de la ceremonia, nos dirigimos a la recepción, donde la celebración alcanza su punto álgido. El lugar se llena de risas, música y movimientos alegres. Me sumo a la diversión, dejando que la música fluya a través de mi femenino espíritu. Me siento cada vez más parte de esta celebración, integrante de un grupo de mujeres que comparten anécdotas, historias y la alegría de este día inolvidable.

Al dar mis primeros pasos con los tacones sobre la pista de baile, siento la elegancia y la feminidad que esos zapatos aportan a cada movimiento. La altura y la inclinación de los zapatos creaban una sensación única en cada paso, haciendo que mi figura se estilizara y que mi confianza se elevara a nuevos niveles, tan altos como los propios tacones. Cada movimiento y giro de mi cuerpo era acompañado por el suave roce del vestido contra mi piel, una experiencia tan sensual y liberadora que me hizo apreciar cada detalle de mi transformación.

Durante el banquete, me encuentro rodeada de anécdotas compartidas con las otras damas de Marlenne. La aceptación y apoyo que he recibido por su parte me confirman que este paso que he dado, revelando mi verdadera identidad como Lizet, ha sido acertado. Me siento empoderada y agradecida por la oportunidad de ser parte de esta celebración, siendo yo misma sin reservas ni juicios.

Un punto que siento que vale la pena mencionar es mi entrada al sanitario de mujeres. Fue un hito simbólico que marcó un momento de aceptación y reconocimiento de mi identidad femenina. Aunque solo se tratara de un espacio, la atmósfera dentro del baño de mujeres era completamente diferente a lo que yo, en mi rol masculino, estaba acostumbrada. El aroma suave de los productos de cuidado personal, así como las conversaciones femeninas resonando en el ambiente, contribuyeron a crear una sensación de pertenencia que había anhelado durante un largo tiempo. Al mirarme en el espejo, rodeada de mujeres compartiendo ese mismo momento de preparación y arreglo, comprendí la profundidad de la conexión que se forma en esos espacios íntimos y exclusivos para nosotras. Cada detalle, desde el sonido de los secadores hasta el susurro de los tacones en el piso, se sumaba a una experiencia transformadora que guardará un lugar especial en mi memoria.

Al final de la noche, cuando Marlenne y Nayeli se retiran como esposas, siento una profunda satisfacción y gratitud. La experiencia ha ido más allá de ser una simple dama de honor; ha sido una afirmación de mi autenticidad y una celebración de la diversidad. Me doy cuenta de que, al abrazar mi verdadero yo, he contribuido a crear recuerdos inolvidables en la vida de Marlenne y Nayeli.

Ya de regreso en mi habitación y con el vestido de dama de honor guardado con sumo cuidado, procedo a desmaquillarme y prepararme para dormir. Reflexiono sobre este día transformador y no puedo evitar revivir los momentos más intensos en mi memoria. Me propongo firmemente que, a partir de ahora, Lizet no será solo un secreto guardado en las sombras, sino una parte visible y resplandeciente de mi identidad. Estoy decidida.

La noche termina con gratitud en mi corazón y una sensación de liberación. Me acuesto con la certeza de que he vivido uno de los días más significativos de mi vida, donde la autenticidad y el amor han brillado con fuerza. Mañana será otro día, pero Lizet seguirá siendo una parte integral de quien soy, lista para enfrentar el mundo con confianza y orgullo.

Y así, con el recuerdo de la boda de Marlenne y Nayeli marcando mi memoria, me sumerjo en un sueño reparador, consciente de que mi camino hacia la autenticidad ha alcanzado un nuevo nivel de realización.

La boda de mi mejor amiga. Mis primeros pasos como mujer

¡Por supuesto que acepté encantada! Era una oportunidad única y perfecta para que Lizet por fin se atreviera a mostrarse al mundo, fuera de las cuatro paredes en las que siempre la tenía encerrada. Comencé a ahorrar lo más que podía, pues, además del vuelo hacia Las Vegas, debía comprar muchas cosas para estar lista para el gran día. Asimismo, comencé a hacer una estricta dieta y a practicar una rutina de ejercicio, pues quería lucir fenomenal. Adquirí algunos tratamientos faciales también. Comencé a tomar clases de maquillaje en línea y a aplicarme tratamientos para acelerar el crecimiento del cabello. Estaba ultra enfocada y motivada. Creo que nunca había trabajado tanto por alcanzar una meta: verme lo más femenina posible.

Algunas semanas después Marlenne me comunicó que el color escogido para su unión matrimonial era el palo de rosa, por lo que daba inicio la búsqueda oficial de mi vestido. También me dijo algo más que, por muy extraño que pueda parecer, a mí no me había cruzado por la cabeza: ¡habría más damas! Una de ellas era su compañera de trabajo y otras dos eran excompañeras nuestras de la prepa. Eso me puso algo nerviosa, pues tenía años sin verlas y no sabía cómo reaccionarían al conocer mi personalidad de Lizet. Marlenne intuyó mi preocupación y me dijo que no había nada por qué preocuparse, pues ella ya les había adelantado la situación y su reacción había sido muy favorable. Incluso había agendado un desayuno con todas sus damas para comenzar a convivir entre nosotras.

¡Bum! “Nosotras” ¡Esa palabra me hizo ver estrellas! Fue justamente ahí cuando me sentí parte de algo femenino. No pude más que abrazar a Marlenne y decirle “gracias” mientras un par de lágrimas de felicidad recorrían mis mejillas.

El día del desayuno entre las damas de honor estaba lleno de expectativas y nerviosismo. Se trataba de mi primera incursión en el mundo como Lizet. Quería transmitir mi esencia femenina de manera sutil y casual, por lo que la elección del atuendo resultaría vital. Quería que se tratara de algo que reflejara mi esencia, pero que al mismo tiempo fuera discreto, pues no quería llamar la atención de manera negativa en mi debut. Me decidí por unos jeans ajustados de dama que realzaban mi figura de manera cómoda y favorecedora y los combiné con una playera de corte unisex, pero con un estampado sutilmente femenino en su diseño. En cuanto al maquillaje, elegí resaltar mis ojos con una sombra discreta en los párpados y un toque ligero de labial que aportara un toque de feminidad sin ser demasiado llamativo. Quería transmitir confianza y naturalidad en mi apariencia, y esta elección de maquillaje contribuyó a lograrlo.

Fui la última en llegar a la cita, y esto no fue casualidad, sino que lo planeé así, ya que no quería, en ninguna circunstancia, ser la primera, pues estar a solas ataviada de esa manera me iba a poner muy nerviosa y vulnerable. Lo mejor era llegar y unirme a un grupo ya establecido. Lejos de los escenarios más desfavorables que mi nerviosa imaginación me presentaba, la acogida por parte de las otras damas fue muy agradable. Fui recibida con sonrisas cálidas y abrazos afectuosos. Era evidente que las chicas estaban decididas a hacerme sentir bienvenida.

La atmósfera casual del desayuno favoreció una interacción relajada, permitiéndome disfrutar de mi primera experiencia pública como Lizet de una manera auténtica y genuina. Intercambiamos historias y risas, compartiendo la emoción que todas sentíamos hacia la boda de Marlenne y Nayeli. Me integré fácilmente al grupo, disfrutando de la camaradería entre mujeres que, a pesar de nuestras diferencias, estábamos unidas por el cariño hacia la novia.

Durante el desayuno no solo saboreamos deliciosos platillos, sino que también tejimos lazos de amistad que perdurarían más allá de la celebración. Las conversaciones fluidas y la complicidad entre nosotras crearon un ambiente lleno de energía positiva. Me sentí agradecida por la aceptación y el apoyo de estas mujeres con las que no solo compartía el honor de ser dama de Marlenne, sino también el respeto por la diversidad de cada una. Con cada risa compartida, confirmé que mi participación en este evento especial no solo era un deber, sino una oportunidad invaluable para celebrar la autenticidad y la amistad duradera.

Los meses pasaron de manera muy rápida y me encontraba ya en la habitación del hotel en Las Vegas. Un delicado y suave conjunto de bra y panties de satín son lo único que me viste en este momento. Mi reflejo en el enorme espejo del clóset da cuenta del esfuerzo aplicado en estos meses y retrata a una figura femenina que sería la envidia de varias compañeras de trabajo. Sobre la cama descansa el precioso vestido en color palo de rosa. Por fin ha llegado el momento de la verdad, el punto de no retorno. Mi emoción es palpable y llena todo el espacio. Mis manos tiemblan ligeramente mientras acaricio el suave tejido del vestido. Hoy es el día en que el mundo conocerá a Lizet, y estoy a punto de vivir el mejor día de mi vida. Cierro los ojos por un momento, inhalo profundamente, y sé que este será un paso que cambiará mi vida para siempre.

Continuará.

No quiero un marido que se vista de mujer

En este blog solemos enfocarnos en el lado de la moneda que nos corresponde, el cual es tratar de que nuestras parejas o nuestras familias comprendan que la feminofilia no es un sinónimo de homosexualidad, transexualidad ni enfermedad mental. Pero es bien cierto que hemos dejado de lado el otro punto de vista: el derecho que tiene nuestra pareja de no aceptar nuestro lado femenino.

Para bien o para mal, la sociedad en la que vivimos está basada en unos preceptos muy arraigados, muchos de los cuales sí que pueden resultar anticuados, pero lamentablemente no se ve que vayan a modernizarse en el corto ni mediano plazo. Uno de esos preceptos es el estereotipo y el papel que se espera que el varón desempeñe dentro de la pareja. Dicho estereotipo está grabado a fuego, muchas veces de manera inconsciente, dentro de la psique de la mayoría de las mujeres que se rehúsan a aceptar la feminofilia de su novio o esposo. Y es debido a ello que, aun cuando hacen su mayor esfuerzo tratando de aceptarlo, fracasan en su intento, al sentir que no están viviendo la vida que desde pequeñas soñaron con tener.

Tradicionalmente, lo que esperan de una pareja es que sea un hombre varonil, fuerte y dominante (que no es lo mismo que machista ni violento, ojo), capaz de hacerlas sentir protegidas y seguras. Aun cuando en últimos tiempos ha comenzado un cambio en lo referente a los roles de género, este avance no ha permeado todavía hasta los sectores más conservadores. No es un secreto para nadie que todavía existe un nivel muy alto de machismo en la sociedad en la que vivimos. Eso significa que lo femenino se sigue asociando con delicadeza, fragilidad y debilidad, por lo que se asume que un hombre a quien le gusta ataviarse con ropas asociadas con el género femenino es, de hecho, delicado, frágil y débil, incapaz de cumplir con lo que se espera de él como hombre.

Aunque esto pueda parecernos un sinsentido e incluso pudiéramos tildarlo de injusto, no podemos negar que una mujer que vea el mundo de esta manera está en todo su derecho de decidir no compartir su vida con un hombre travesti. Y no nos engañemos, por más que nos esforcemos en explicarle, mostrarle libros, videos y artículos al respecto, hay muy pocas probabilidades de que termine aceptando convivir con un feminófilo.

¿Qué se puede hacer entonces? En el mejor de los casos, negociar. Llegar a un acuerdo en el que el travesti pueda seguir liberando sus ganas de transformarse en mujer, aunque tal vez no cada que quiera hacerlo, sino limitarse a ciertas veces por mes y en un lugar en el que su esposa o novia no pueda verlo. Sí, sé que suena restrictivo, pero cuando formamos parte de una relación no siempre vamos a hacer lo que nos venga en gana, ¿cierto? Ya les toca a ustedes valorar si la persona con la que están vale o no la pena el sacrificio.

Y ¿en el peor de los casos? Bueno, si no es posible alcanzar un equilibrio, entonces es probable que lo mejor para ambas partes sea terminar la relación. Esto puede sonar muy dramático y drástico, pero a la larga puede resultar lo más conveniente. Si desde el inicio no existe un acuerdo al respecto y ninguna de las dos partes está dispuesta a ceder, pensando que con el tiempo lograrán que la otra parte adopte el punto de vista propio, lo más factible es que el asunto acabe mal, ya que se vivirá en una lucha constante por imponer una forma de ver la situación, cosa que no es saludable ni recomendable.

Cada quién tiene el derecho de perseguir aquello que desea; tanto el travesti en su búsqueda de alguien que lo acepte como es, como la mujer en encontrar a un hombre en el sentido más tradicional de la palabra. Ya lo dijo Benito Juárez en la más famosa de sus frases:

El respeto al derecho ajeno es la paz.

Y yo añadiría: y el primer paso para la felicidad.

En casos en los que las diferencias entre un travesti y su pareja sean insuperables, puede ser útil buscar apoyo externo. La terapia de pareja o la asesoría de un profesional de salud mental pueden ofrecer un espacio seguro para discutir las preocupaciones y trabajar en soluciones. Estos profesionales pueden proporcionar orientación y estrategias para manejar la situación de manera saludable y constructiva. Es importante recordar que buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino un paso valiente hacia una mejor comprensión y resolución.

Finalmente, es esencial recordar que la autenticidad es un valor fundamental en cualquier relación. Tanto el travesti como su pareja merecen la oportunidad de vivir auténticamente y ser fieles a sí mismos. Si bien las diferencias pueden ser difíciles de superar, también pueden ser un catalizador para un mayor entendimiento y crecimiento personal. La decisión de permanecer juntos o separarse es única para cada pareja, pero siempre debe basarse en el respeto mutuo y el deseo de buscar la felicidad individual y colectiva.

En última instancia, cada individuo tiene el derecho de perseguir su propia felicidad y autenticidad, y es esencial abogar por el respeto mutuo y el entendimiento en cualquier relación. La feminofilia es solo una faceta de la complejidad humana, y es importante tratarla con empatía y comprensión, tanto desde la perspectiva del travesti como de su pareja.

La boda de mi mejor amiga. Antecedentes.

Desde que era muy pequeña he sentido el llamado hacia lo femenino. Cada que se presentaba la oportunidad para ataviarme con prendas de mujer, la aprovechaba. Durante la mayor parte de mi vida fue un secreto que no compartí con nadie. A diferencia de otras travestis, cuyos testimonios he leído en diferentes redes sociales, a mí nunca me descubrieron “vistiéndome”, lo que quiere decir que ni siquiera mis padres conocían ese lado mío.

Me tocó ser hija única, lo cual puede ser visto como una ventaja o una desventaja dependiendo del punto desde donde se mire. Era una ventaja en el sentido de que, debido a que mis dos padres trabajaban, cuando estudiaba la secundaria y la preparatoria tenía las tardes solo para mí, con toda la casa a mi disposición para transformarme en mi yo femenino. La desventaja estribaba en que, al no tener hermanas, la única ropa a la que tenía acceso era la de mi mamá, que no era muy juvenil que digamos.

Cuando egresé de la universidad y tan pronto tuve mi primer trabajo, renté una casa para irme a vivir sola. Siempre había tenido ganas de hacerlo, por obvias razones. La verdad en mi empleo me iba bastante bien económicamente, así que de manera muy rápida pude hacerme de un guardarropa femenino de tamaño considerable. Las faldas eran mis prendas favoritas, y en cuestión de unos cuantos meses ya había acumulado cerca de cincuenta.

Comencé a pasar más tiempo vestida de mujer que de hombre. Todos los días llevaba puesta ropa interior femenina, bra y pantimedias por debajo del traje que era obligatorio usar en la oficina. Por la tarde, al llegar a casa, sentía como si el pantalón y la camisa estuvieran en llamas y me quemaran, por lo que procedía a quitármelos lo antes posible y a vestirme de una manera más acorde con mi sentir femenino.

Cada vez me costaba más trabajo volver a colocarme la ropa de hombre y salir a la calle a pretender ser uno, porque, en ese punto, yo sentía que yo no era hombre, que me sentía más cómoda siendo una mujer. Marlenne era una chica a quien conocí en la secundaria. Habíamos intentado ser novios, pero pronto descubrimos que nos llevábamos mucho mejor como amigos, y eso es lo que habíamos sido durante los últimos once años. Sin duda alguna, era mi mejor amiga.

Mi sentir femenino había llegado a tal grado que el hecho de que las personas me trataran como hombre me producía un dolor casi físico. Motivada por esa situación, decidí contarle a Marlenne mi gran secreto, con el objetivo de convencerla de que me tratara como chica. Estaba muerta de nervios y miedo, aunque en el fondo sabía que ella lo entendería y no tendría ningún problema en comenzar a verme como su amiga en lugar de su amigo. Y así fue. Luego de compartir con ella mi más grande secreto, sentí cómo mi alma se liberaba y me sentía más plena; más yo. Desde ese mismo momento, y hasta el día de hoy, Marlenne me trata como mujer. Fue ella quien me ayudó a escoger mi nombre de chica: Lizet.

La historia de vida de Marlenne, a diferencia de la mía, sí que era por demás interesante. Sus padres, que nunca se casaron, se separaron cuando ella tenía cinco años. Su madre conoció a otro hombre y tuvo otras dos hijas con esta nueva pareja. La relación de Marlenne con sus medias hermanas no era buena, e incluso había llegado a pelearse a golpes con una de ellas, lo que derivó en que su padrastro la echara de su casa antes de que ella terminara la universidad.

Viviendo con una de sus tías, logró graduarse de la licenciatura en Psicología con uno de los mejores promedios de su escuela. Tiempo después consiguió un empleo en una dependencia gubernamental que se encarga del bienestar de los niños y sus familias. Allí conoció a un sujeto cuyo nombre será mejor dejar en el anonimato. Este individuo estaba a cargo de la gestión de varios centros penitenciarios estatales, y sus oficinas se encontraban en el mismo recinto que las de Marlenne, por lo que era habitual que se encontraran varias veces durante el día, naciendo así el diálogo que los llevaría a formar una relación sentimental.

La naturaleza del trabajo del novio de Marlenne lo llevó a desarrollar un carácter más bien arisco, contrastando completamente con la afabilidad de mi amiga, dando así lugar a diferencias irreconciliables que los llevaron a terminar su relación aun cuando él ya le había entregado el anillo de compromiso. Estar tan cerca de concretar un casamiento para cancelarlo a último momento sumió a Marlenne en un estado depresivo que se prolongó por casi dos años, período en el que intentó infructuosamente comenzar nuevas relaciones afectivas que invariablemente acababan mal, dejándola más triste que como había comenzado.

Esto cambió cuando conoció a Nayeli, mujer abiertamente bisexual y con una vibra verdaderamente imponente, que atraía las miradas de propios y extraños cada que entraba en una habitación. No tanto por su físico, que era más bien discreto, sino por su personalidad extrovertida y su evidente capacidad de liderazgo. Ella y Marlenne se hicieron muy amigas, pero Nayeli nunca escondió la atracción que sentía hacia Marlenne, quien, al principio, activó todas sus barreras al no considerarse lesbiana. No obstante, poco a poco Nayeli fue abriéndose paso y derribando una a una las defensas de Marlenne, convenciéndola de intentar una relación amorosa.

Eventualmente, Nayeli se convirtió en la mejor pareja de Marlenne. En una ocasión en la que me invitó a desayunar para platicar, me comentó que, de hecho, ella siempre había sentido esa atracción hacia las mujeres, pero nunca lo había externado por haber crecido en un entorno altamente religioso y conservador, pero que la aceptación de sí misma era el mejor regalo que Nayeli había traído a su vida. Tan bien marchaba la relación que habían decidido unirse en matrimonio. En esa época, el matrimonio entre personas del mismo sexo no era legal en México, por lo cual su unión se llevaría a cabo en Las Vegas, Nevada, Estados Unidos. Ese mismo día me dio la noticia: quería que yo, en mi lado femenino de Lizet, fuera su dama de honor.

Continuará.