No quiero un marido que se vista de mujer

En este blog solemos enfocarnos en el lado de la moneda que nos corresponde, el cual es tratar de que nuestras parejas o nuestras familias comprendan que la feminofilia no es un sinónimo de homosexualidad, transexualidad ni enfermedad mental. Pero es bien cierto que hemos dejado de lado el otro punto de vista: el derecho que tiene nuestra pareja de no aceptar nuestro lado femenino.

Para bien o para mal, la sociedad en la que vivimos está basada en unos preceptos muy arraigados, muchos de los cuales sí que pueden resultar anticuados, pero lamentablemente no se ve que vayan a modernizarse en el corto ni mediano plazo. Uno de esos preceptos es el estereotipo y el papel que se espera que el varón desempeñe dentro de la pareja. Dicho estereotipo está grabado a fuego, muchas veces de manera inconsciente, dentro de la psique de la mayoría de las mujeres que se rehúsan a aceptar la feminofilia de su novio o esposo. Y es debido a ello que, aun cuando hacen su mayor esfuerzo tratando de aceptarlo, fracasan en su intento, al sentir que no están viviendo la vida que desde pequeñas soñaron con tener.

Tradicionalmente, lo que esperan de una pareja es que sea un hombre varonil, fuerte y dominante (que no es lo mismo que machista ni violento, ojo), capaz de hacerlas sentir protegidas y seguras. Aun cuando en últimos tiempos ha comenzado un cambio en lo referente a los roles de género, este avance no ha permeado todavía hasta los sectores más conservadores. No es un secreto para nadie que todavía existe un nivel muy alto de machismo en la sociedad en la que vivimos. Eso significa que lo femenino se sigue asociando con delicadeza, fragilidad y debilidad, por lo que se asume que un hombre a quien le gusta ataviarse con ropas asociadas con el género femenino es, de hecho, delicado, frágil y débil, incapaz de cumplir con lo que se espera de él como hombre.

Aunque esto pueda parecernos un sinsentido e incluso pudiéramos tildarlo de injusto, no podemos negar que una mujer que vea el mundo de esta manera está en todo su derecho de decidir no compartir su vida con un hombre travesti. Y no nos engañemos, por más que nos esforcemos en explicarle, mostrarle libros, videos y artículos al respecto, hay muy pocas probabilidades de que termine aceptando convivir con un feminófilo.

¿Qué se puede hacer entonces? En el mejor de los casos, negociar. Llegar a un acuerdo en el que el travesti pueda seguir liberando sus ganas de transformarse en mujer, aunque tal vez no cada que quiera hacerlo, sino limitarse a ciertas veces por mes y en un lugar en el que su esposa o novia no pueda verlo. Sí, sé que suena restrictivo, pero cuando formamos parte de una relación no siempre vamos a hacer lo que nos venga en gana, ¿cierto? Ya les toca a ustedes valorar si la persona con la que están vale o no la pena el sacrificio.

Y ¿en el peor de los casos? Bueno, si no es posible alcanzar un equilibrio, entonces es probable que lo mejor para ambas partes sea terminar la relación. Esto puede sonar muy dramático y drástico, pero a la larga puede resultar lo más conveniente. Si desde el inicio no existe un acuerdo al respecto y ninguna de las dos partes está dispuesta a ceder, pensando que con el tiempo lograrán que la otra parte adopte el punto de vista propio, lo más factible es que el asunto acabe mal, ya que se vivirá en una lucha constante por imponer una forma de ver la situación, cosa que no es saludable ni recomendable.

Cada quién tiene el derecho de perseguir aquello que desea; tanto el travesti en su búsqueda de alguien que lo acepte como es, como la mujer en encontrar a un hombre en el sentido más tradicional de la palabra. Ya lo dijo Benito Juárez en la más famosa de sus frases:

El respeto al derecho ajeno es la paz.

Y yo añadiría: y el primer paso para la felicidad.

En casos en los que las diferencias entre un travesti y su pareja sean insuperables, puede ser útil buscar apoyo externo. La terapia de pareja o la asesoría de un profesional de salud mental pueden ofrecer un espacio seguro para discutir las preocupaciones y trabajar en soluciones. Estos profesionales pueden proporcionar orientación y estrategias para manejar la situación de manera saludable y constructiva. Es importante recordar que buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino un paso valiente hacia una mejor comprensión y resolución.

Finalmente, es esencial recordar que la autenticidad es un valor fundamental en cualquier relación. Tanto el travesti como su pareja merecen la oportunidad de vivir auténticamente y ser fieles a sí mismos. Si bien las diferencias pueden ser difíciles de superar, también pueden ser un catalizador para un mayor entendimiento y crecimiento personal. La decisión de permanecer juntos o separarse es única para cada pareja, pero siempre debe basarse en el respeto mutuo y el deseo de buscar la felicidad individual y colectiva.

En última instancia, cada individuo tiene el derecho de perseguir su propia felicidad y autenticidad, y es esencial abogar por el respeto mutuo y el entendimiento en cualquier relación. La feminofilia es solo una faceta de la complejidad humana, y es importante tratarla con empatía y comprensión, tanto desde la perspectiva del travesti como de su pareja.

One thought on “No quiero un marido que se vista de mujer

  1. En efecto, nuestras parejas tienen derecho a no aceptar nuestro lado femenino, y comprendo que puedan sentirse defraudadas o estafadas, sintiendo que no han “obtenido” aquello que creían haber “comprado”. Puede que muchas/os de nosotras/os incluso proyectemos una apariencia masculina tradicional, y luego sobrevenga un desengaño muy difícil de soportar. Ese ha sido uno de mis frenos para revelarlo a mis parejas: el poder no estar (aparentemente) a la altura de las expectativas suscitadas. No obstante, no he tenido obstáculo en llevar ropa de mujer en público, o con amigas y compañeras, en varias ocasiones, con look femenino más o menos intenso. Creo que la diferencia es que ahí no defraudo expectativas previas, o que únicamente defraudaría expectativas de menor nivel de exigencia; pero la relación de pareja es la más exigente respecto de las expectativas que se proyectan sobre otra persona. Y es muy complicado alterar esas expectativas cuando se han consolidado durante un largo periodo de tiempo.

    Que no lo haya revelado de sopetón no significa que no haya nada al respecto. Hay formas de introducir algunas de las prácticas que nos gustan de forma más sutil e indirecta: se trata más de sugerir, inducir, o incluso hacerle creer que en realidad la idea ha sido suya. A fin de cuentas en una relación de pareja hay muchas oportunidades de intercambiar o necesitar prendas del otro, o de incluir algunas de las que nos gustan sin que llame demasiado la atención. En ocasiones he adoptado estas estrategias con resultado diverso.

    Me gustaría que nuestras parejas pudieran entender que un feminófilo no es un hombre disminuido en su masculinidad, sino un hombre aumentado en feminidad. Al menos creo que ese es mi caso, si bien entre los feminófilos existe una escala con diferentes grados de feminidad, más o menos acentuada.

    En lo que a mí se refiere, en mi interior coexisten un lado masculino, y otro femenino. Por una parte, me gusta llevar ropa de mujer, estar con chicas, participar en sus conversaciones, y disfrutar de la delicadeza, complicidad e intimidad que se produce entre ellas, asumiendo aproximadamente el mismo rol social; es decir, ser aceptada y admitida prácticamente como si fuera otra chica más. Pero, por otra parte, también me gusta estar con mis amigos y tomarme unas cervezas con ellos, practicar deportes de intensidad física, y hacer todas las cosas que hacen habitualmente los hombres entre sí, excluyendo los comportamientos irrespetuosos con las mujeres. Considero que nada de ello es incompatible, sino enriquecedor, puesto que puedo disfrutar de ambos mundos, aunque como regla general sea por separado. Quizá lo que más agradezca a la vida sea mi condición de padre, en la cual he encontrado la convergencia de mis dos polaridades. Me gustaría que las mujeres que constituyen nuestras parejas potenciales o reales pudieran apreciar que seguimos siendo el mismo hombre que conocieron, solo que evolucionado o aumentado en feminidad, esto es, que lo vieran más bien como una prestación o facultad adicional, en lugar de enfocarlo como un dato negativo.

    Puede resultar paradójico que en un blog como éste acabemos hablando de nuestro lado masculino, pero creo que también es real, y está ahí. Me gustaría que las/os demás compartieran sus reflexiones y experiencias.

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